"Estas reformistas lo que quieren es salir a la calle sin el pañuelo que les cubre la cabeza y con minifalda", dice Negui, una madre de familia vestida con el chador, la tela negra que solo deja al descubierto la cara y las manos. Acaba de asistir al último mitin de campaña en Teherán del presidente ultraconservador, Mahmud Ahmadineyad, que aspira a la reelección en las elecciones presidenciales de mañana. A su lado está Zeinab, una estudiante de 20 años, que sostiene en sus manos la foto del candidato reformista Mirhusein Musavi, el único de los otros aspirantes que tiene opciones de derrotar al actual mandatario. "No estoy en contra del pañuelo, pero estoy harta de que me digan cómo debo llevarlo. No es justo que, si no me lo ajusto como quiere Ahmadineyad, corra peligro de ir a comisaría", dice.

El debate, en plena calle, dura un buen rato. Una docena de personas, partidarios del actual presidente y del candidato reformista, rodean a las dos mujeres. Todos, con mayor o menor intensidad, participan en la discusión, que se desarrolla con cierta calma tensa. La escena es una muestra de lo divido que está el país, entre la población más liberal --formada principalmente por jóvenes, intelectuales y mujeres de clase media-alta-- y los ultraconservadores, la población más empobrecida, tanto urbana como rural, y de profundos arraigos religiosos.

LA MORALIDAD Estas elecciones no suponen ningún peligro para el sistema político iraní, en cuyo vértice se asienta el guía supremo y verdadero hombre fuerte del país, el ayatolá Alí Jamenei, que vela para que se cumplan los principios que inspiró la revolución islámica del gran ayatolá Rudolá Jomeini. Los cuatro candidatos forman parte del sistema. Pero que se haga con la presidencia el sector ultraconservador o el reformista depende, entre otras cosas, el grado de libertad que disfrutarán los iranís en aspectos que afectan a su vida cotidiana. Zeinab recuerda cómo Musavi ha prometido limitar la acción de la temida policía de lo moral, agentes de uniforme verde que se plantan ante restaurantes y grandes almacenes, sobre todo del norte de Teherán, más rico y prooccidental, a la caza de jóvenes que infringen las normas de vestimenta.

"Si viviera Jomeini votaría por Ahmadineyad", grita Fátima, otra joven universitaria, que no parece interesarse por el debate del pañuelo. "Hay otras cosas mucho más importantes, como el desempleo, la falta de acceso a la vivienda y el consumo de drogas entre los jóvenes. Nuestro presidente es el único que los puede resolver". Zeinab niega con la cabeza, dice que Jomeini, "un hombre maravilloso", apoyaría a Musavi, y afirma que lo que hace falta es más libertades, sobre todo a las mujeres. En Irán están prohibidas las antenas parabólicas, aunque pocos son los hogares que no la tienen escondida, y la música moderna occidental corre de mano en mano de forma casi clandestina.

Musavi es el candidato de la esperanza para muchos iranís que piensan como Zeinab. Ha prometido más libertad política y social. Su discurso ha ido dirigido a los jóvenes (más del 70% de la población iraní tiene menos de 30 años). En su campaña ha participado activamente su mujer, Zahra Rahnavard, escritora y escultora, a la que sus seguidores ya denominan la futura primera dama, figura que desapareció con la revolución. La última que ostentó este cargo fue Farah Diva, la mujer del sha Reza Palevhi. "Nos dirigimos a todos los iranís y en particular a las mujeres, jóvenes y estudiantes. Nuestro mensaje es potenciar la libertad de pensamiento y eliminar la discriminación que sufren las mujeres", dijo en plena campaña electoral.

FRACASO DE JATAMI Lo que falta saber es en qué medida Musavi podrá aplicar esta política más liberal en el caso de que llegue a alcanzar la presidencia. El expresidente también reformista Mohamed Jatamí, que ha dado su apoyo a Musavi, lo intentó durante los ocho años que estuvo en el cargo, pero fracasó. El sector duro del régimen se lo impidió. Pero ahora el debate ha vuelto a la calle y los jóvenes partidarios del cambio se han vuelto a movilizar.