En Rangún, la gente respiró con alivio al saber que la líder de la oposición birmana, Aung San Suu Kyi, solo había sido condenada a otro arresto domiciliario cuando corría el riesgo de ir a prisión. "No podemos estar totalmente satisfechos, pero la gente está contenta de que esté de nuevo en su casa", declara a AFP Tin Ko, un taxista que se atreve a hablar cuando la mayoría guarda silencio por temor a las represalias del régimen militar. "Nuestro Gobierno es muy hábil", precisa este hombre de 45 años, que ha advertido las artimañas de la Junta para apartar a la dirigente de las elecciones sin irritar demasiado a la opinión pública.

Suu Kyi, de 64 años, ha estado privada de libertad durante 14 de los 20 últimos años y el martes regresó a su casa para cumplir su castigo. Vive en la antigua residencia de su madre, una casona colonial situada en el número 54 de la Avenida de la Universidad, la misma donde pasó sus anteriores periodos de privación de libertad.

El edificio es bonito, muy espacioso y con un jardín, pero está muy deteriorado. No ha recibido servicio de mantenimiento durante muchos años. La dirigente querría restaurarlo, pero no es probable que lo consiga. A primeros de agosto pidió a sus abogados que estudiaran esa posibilidad, pero cualquier visita debe ser previamente autorizada, y los obreros y arquitectos no son una excepción. Además, su situación económica es muy precaria. Esta prácticamente arruinada. La casa, de dos plantas, fue una elegante residencia en otros tiempos, pero ahora está casi vacía, sin muebles. A lo largo de los años Suu Kyi se ha visto obligada a vender el ajuar de su madre, que pertenecía a una acaudalada familia, para no tener que aceptar la manutención del Estado.

Madrugadora

La rutina de Suu Kyi consiste en levantarse temprano y alimentarse frugalmente. Fiel budista, practica varias horas de meditación, escucha la radio y lee.

Una de las cosas más placenteras a las que aún tiene acceso es escuchar sus viejos discos de ópera. Y entre otras lecturas, le gustan las novelas de John Le Carré. En su destierro la acompañan dos mujeres de confianza: Daw Khin Win, de 60 años, y su hija Win Ma Ma, de 30, militantes de la Liga Nacional para la Democracia (LND), que han vivido con ella desde hace tiempo y que han sido condenadas a la misma pena que Suu Kyi por no denunciar que el ciudadano estadounidense John W. Yettaw se quedó a dormir en la casa.