"Ha sido una puñalada en la espalda" asestada por los "cómplices de los terroristas". En estos términos valoró el presidente ruso, Vladímir Putin, en noviembre del pasado año, el derribo de un avión Sukhói-24M con dos tripulantes a bordo.

El aparato, que formaba parte del contingente desplegado meses antes por Rusia en la base siria de Khmeimim para apuntalar al entonces renqueante régimen del presidente sirio, Bashar el Asad, había violado el espacio aéreo turco, según sostenía Ankara. Uno de los dos ocupantes murió al ser acribillado por fuerzas rebeldes mientras descendía en paracaídas, además de un miembro de los equipos de rescate que salieron en busca de los aviadores a bordo de dos helicópteros.

El incidente, de extrema gravedad al tratarse del primer aparato ruso/soviético batido por un país de la OTAN desde la guerra de Corea, desencadenó una grave crisis entre ambos países, dirigidos por dos líderes que hasta aquel momento habían logrado fraguar buenas relaciones personales y 'de negocios', pese apoyar a bandos enfrentados en la guerra civil siria: Recep Tayyip Erdogan y el propio Putin.

SANCIONES ECONÓMICAS

Como represalia, Moscú anunció una batería de sanciones económicas, en concreto proyectos para construir un gasoducto a través de territorio turco, restricciones comerciales a la importación de frutas y verduras, además de vetar los vuelos chárter, cerrando la posibilidad a los turistas rusos de viajar a Turquía y causando un gran daño a la economía otomana.

Durante los meses siguientes, la escalada de reproches de Moscú a Ankara fue 'in crescendo', incluyendo acusaciones de colusión con el autoproclamado Estado Islámico (EI). Antes de acabar el año, el viceministro de Defensa ruso, Anatoli Antónov, denunció que Turquía era el principal cliente del petróleo que se producía en las zonas bajo control de EI, e incluso llegó a acusar al propio Erdogan de beneficiarse económicamente con este comercio ilícito.

La tensión fue a más, mientras Turquía padecía una espectacular escalada de violencia de los grupos ultrarradicales con base en Siria, con mortíferos atentados contra objetivos civiles y gran número de víctimas. También se prodigaron los incidentes navales en el mar Egeo e incluso en el estrecho del Bósforo junto a Estambul.

La crisis ruso-turca llegó a su fin tan rápidamente como surgió. En junio, Erdogan envió a Putin un mensaje en el que lamentaba el derribo del Sukhói y que fue presentado por Moscú como una "disculpa", algo que venía exigiendo desde el incidente. El golpe de Estado contra el presidente turco acabó por acercar a los dos enemigos. Las críticas que vinieron desde Europa y Occidente tras la asonada condenando la represión desatada en Turquía irritaron en Ankara. Moscú, en cambio, ofreció su comprensión.

La pasada semana, como colofón a la batalla de Alepo, Putin y Erdogan anunciaban su intención de debatir el futuro de Siria con sus respectivos aliados y patrocinados en el país árabes (rebeldes sunís y el régimen sirio) sin contar con EEUU. Era la constatación de que la incipiente alianza que los dos autócratas habían fraguado echaba a andar.