Durante 12 años, Hugo Chávez ha querido serlo todo en la política venezolana: presidente del Gobierno, jefe del principal partido político, pero también en ocasiones líder de la oposición, pues cuando le ha convenido ha sido públicamente el crítico más agrio de la ineptitud de sus ministros. Su empeño en inmiscuirse en todos los aspectos de la vida --a cuánto debe cotizarse el dólar, cómo alimentarse sanamente o cuánto debe durar una ducha para no malgastar el agua-- su omnipresencia en los medios y, sobre todo, su obsesión por concentrar el poder le han convertido en la referencia ante quien los venezolanos se definen. La convalecencia del presidente durante las últimas tres semanas en Cuba, donde fue operado de un absceso pélvico y luego de un tumor cancerígeno, crea dudas sobre si está capacitado para gobernar, sobre si efectivamente lo hace y, en especial, sobre si podrá ser candidato en las presidenciales de 2012. "Chávez está al mando", ha sido la consigna repetida por el oficialismo, que durante 20 días alimentó la promesa de un pronto regreso con fotos, audios y vídeos del gobernante. Desde que el jueves Chávez admitiera que padece cáncer, el mensaje cambió: ya no se dice que volverá pronto pero se insiste en que sí gobierna. El politólogo Ricardo Sucre afirma que el oficialismo intenta mostrar que hay normalidad "porque no se quiere admitir la ausencia temporal de Chávez, lo que implicaría reconocer que su dolencia es grave". Ángel Álvarez, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela, destaca que Chávez es el activo fundamental de su partido y Gobierno. "Tiene tanto poder que su ausencia temporal significaría un debilitamiento del símbolo más importante que tiene el chavismo. No se lo pueden permitir, es un coste político muy alto".