Está terminal tras una operación de corazón, se ha muerto, se ha blindado del coronavirus en su mansión de Wonsan. El enésimo tsunami de rumores sobre la salud de Kim Jong-un confirmó lo que ya sabíamos: que sabemos muy poco y que no hay límites a la fascinación global por ese pequeño y remoto país. No es fácil robarle portadas a la peor pandemia del siglo.

La reaparición del líder en una planta de piensos persevera en la pulsión periodística del obituario precipitado. El New York Times publicó la esquela de Kim Il Sung con ocho años de antelación y a Kim Jong-il la prensa occidental le mató media docena de veces en accidentes de tráfico, atentados y ataques al corazón. Las resurrecciones son cíclicas en un país con más credo que el Juche. La lista de personalidades que han aparecido tras ser ajusticiadas llenarían una enciclopedia. Ahí caben desde altos cargos del Ejército y el partido hasta exnovias del dictador.

No escasean los recursos para investigar la caja negra norcoreana, un cuerpo extraño en tiempos de internet y globalización. El gremio de norcoreólogos escudriña planos de satélite para seguir su programa nuclear o fotos lejanas para pontificar sobre la salud de Kim Jong-un, varias agencias de espionaje vuelcan ahí sus esfuerzos y un grupo creciente de publicaciones y think tanks intentan satisfacer la demanda informativa.

La proliferación de móviles chinos nos han permitido conocer con detalle la vida diaria en Corea del Norte. Sobre la vida palaciega o las decisiones de la cúpula, sin embargo, seguimos tan a oscuras como décadas atrás.

«Las fuentes en el interior son fiables en temas económicos porque están cerca de los mercados, pero no sobre política. Seguramente han escuchado rumores y los han agravado. Los que están dispuestos a hablar con medios extranjeros son contrarios al Gobierno y eso implica ya un sesgo», señala Ramón Pacheco, profesor de Relaciones Internacionales del King College. Ni siquiera los altos cargos huidos han aportado información valiosa sobre el núcleo de poder.

No es raro que el NIS, la derecha surcoreana y sus medios afines exageren los desmanes norcoreanos para hundir la estrategia de apaciguamiento del Partido Democrático. Y la recepción acrítica de todo lo que llega del reino confunde lo verosímil y lo veraz. La última noticia surgió en una web humorística y fue rebotada por un medio serio antes de saltar a las agencias internacionales. Aunque Pyongyang no dispone de teléfono directo o gabinete de prensa disponible, algunas briznas de escepticismo no sobrarían.