La antorcha olímpica partió anoche de Grecia, donde le fue entregada a la delegación china en Atenas entre gritos y protestas de activistas protibetanos y cargas policiales. La antorcha llegará esta mañana a Pekín a bordo de un avión de Air China. La nave ha sido especialmente diseñada para mantener viva la llama durante las 11 horas y media que dura el vuelo entre el país que acunó la democracia y el que estos días es globalmente señalado por las violaciones de los derechos humanos.

No se sabe mucho más del trayecto de la antorcha en la capital china. Ni siquiera se ha confirmado que el primer relevista será Liu Xiang, recordman mundial de los 110 metros vallas y la figura actual de más lustre. Por la tarde llegará a la plaza de Tiananmén, donde se celebrará una fiesta de la que solo se ha informado que acudirán los principales líderes políticos. Las medidas de seguridad (calles cercanas cortadas y altísima concentración de uniformes) son las mismas que en cualquier Asamblea Nacional Popular o Congreso del Partido Comunista. Solo la reducción a última hora de las invitaciones a la prensa extranjera denota ciertos nervios.

CONFLICTO EN LONDRES Es previsible que la antorcha disfrute en Pekín de un breve paréntesis de calma. Las protestas que ayer la acompañaron en Grecia por segundo día consecutivo se acumularán sin duda en cuanto inicie el recorrido internacional, antes de regresar a suelo chino. Grupos de tibetanos en el exilio han llamado a manifestarse a lo largo del periplo de la antorcha por todo el mundo y se esperan grandes protestas en cuanto llegue a Londres, el día 6 de abril.

Es improbable que la cita fracase por la contaminación, visiblemente mejorada en los últimos meses, o la seguridad alimentaria, que gestionará la misma empresa de los dos últimos Juegos. El mayor riesgo es la política, ante el que China carece de armas eficaces. Siempre ha existido la certeza de que China iba a enfrentarse a los desafíos del Tíbet, Taiwán, Xinjiang, organizaciones de derechos humanos, Falungong y todos los que llevan años esperando el escaparate olímpico. La incógnita era cómo los gestionaría. Tras la revuelta del Tíbet, hay otra certeza: lo va a hacer muy mal.

Es difícil gestionar peor una crisis, con la manipulación más grosera y dejando el mensaje en manos de los asilvestrados líderes chinos del Tíbet, anclados en la incendiaria retórica de la Revolución Cultural. Con esas armas, China ha sido incapaz ni siquiera de transmitir que las protestas tibetanas fueron violentísimas. A ojos del mundo, China sale de la crisis como verdugo.

Hay violaciones de derechos humanos diarias que están en las antípodas del ideario olímpico. Pero es una visión muy limitada reducir China a eso e ignorar los logros de una transición que ha cubierto varios siglos de retraso en tres décadas. Hay razones para alegrarse de que Pekín albergue los Juegos. Por ejemplo, un pueblo que empieza a levantar cabeza tras encadenar sufrimientos como ningún otro (imperialismo japonés, colonialismo europeo, hambrunas de la historia moderna-) y que espera desde hace años la cita para darse a conocer al mundo.