La gestión del brexit por el Gobierno conservador británico se ha caracterizado desde el 2016 por una acumulación de errores, planteamientos irrealistas y objetivos contradictorios que ha hecho extremadamente difícil la tarea de la Unión Europea (UE) de buscar una salida negociada con Londres. El primer acuerdo pactado por la anterior primera ministra, Theresa May, fue rechazado en tres ocasiones por la Cámara de los Comunes. El nuevo acuerdo, consensuado in extremis por un premier, Boris Johnson, desesperado por lograr un éxito, también tropieza con fuertes reticencias parlamentarias y su ratificación es incierta.

El nuevo pacto cumple los objetivos esenciales de la UE: protege a los ciudadanos europeos residentes en el Reino Unido, preserva el mercado único europeo y evita una frontera física entre las dos Irlandas, salvando el Acuerdo de Paz de 1998. Si logra ser ratificado, la UE afrontará una tarea aún más titánica: negociar un tratado de libre comercio con un Reino Unido que el Partido Conservador quiere convertir en un paraíso fiscal y de la desregulación.

Los primeros errores británicos en el brexit se produjeron ya antes del mismo referéndum, cuando el entonces primer ministro, David Cameron, renunció a desmentir con contundencia las falsedades sobre las ventajas del brexit que difundían los partidarios de abandonar la UE -como el propio Boris Johnson- para evitar disputas internas en el Partido Conservador y no poner en peligro su liderazgo. El malestar social causado por los draconianos recortes del gasto social aplicados por los conservadores desde el 2010, que se sumaron a los acumulados en la etapa laborista de Tony Blair, estimuló un voto de castigo a favor de abandonar la UE de las zonas y de la población menos favorecidas, como detalla el estudio Brexit vote de Sacha O. Becker, Thiermo Fetzer y Dennis Novy.

El referéndum creó una contradicción política desde el principio, porque la mayoría de los diputados encargados de hacer efectiva la voluntad expresada por los ciudadanos eran partidarios de permanecer en la UE. A este conflicto seminal se sumó el error de May de convocar elecciones anticipadas en junio del 2017 en base a cálculos cortoplacistas que seguían subestimando el malestar social.

Los conservadores perdieron la mayoría absoluta y se aliaron con los unionistas norirlandeses del DUP, dependiendo de un partido y de su líder, Arlene Foster, responsables de un grave escándalo de corrupción y despilfarro (el caso Dinero por Cenizas), que ha dejado a Irlanda del Norte sin Gobierno y sin actividad parlamentaria desde el 2017.

La alianza de May con el DUP añadió otra contradicción, porque Irlanda del Norte votó en un 56% a favor de permanecer en la UE, mientras que el DUP defiende la máxima ruptura con la UE y actúa como única voz norirlandesa en los Comunes. Además, el DUP se opuso al Acuerdo de Paz de Viernes Santo de 1998 y tiene escaso interés en que el brexit lo preserve, ya que estima que es la antesala de la reunificación de Irlanda. El DUP ya coartó la capacidad negociadora de May y ahora amenaza con torpedear el acuerdo de Johnson.

Entre las diferentes opciones del brexit, May optó por la más drástica y con mayor coste económico -salida del mercado único y de la unión aduanera- por motivos políticos: «recuperar la soberanía» y mantener a los conservadores unidos y en el poder.

Pero resulta antagónica para salvar el acuerdo de paz norirlandés, ya que la salida de la unión aduanera obliga a establecer un control fronterizo en alguna parte. La cuadratura del círculo, rechazada por May y aceptada por Johnson, es mantener legalmente a Irlanda del Norte dentro de la unión aduanera británica, aunque en la práctica estará dentro de la europea, sus productos se alinearán con las normas del mercado único europeo y los controles fronterizos se realizarán entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña.

LÍNEAS MAESTRAS / Pese a su debilidad parlamentaria, May nunca se planteó consensuar previamente las líneas maestras del acuerdo a negociar con la UE en la Cámara de los Comunes para asegurarse una mayoría sólida. May también pensó que podría manipular a sus socios europeos e imponer el criterio británico a la UE, sin tener en cuenta que el tamaño de la economía del conjunto de los Veintisiete es 5,6 veces superior al de la británica y que el 47% de las exportaciones del Reino Unido van a los Veintisiete mientras que solo el 6,6 de las exportaciones totales de los Veintisiete tiene como destino el mercado británico. Estos errores le acabaron costando el cargo, además de eternizar las negociaciones y agotar la paciencia de la UE. La falta de esa mayoría parlamentaria sólida atenaza ahora a Johnson, con un Partido Conservador aún más desarticulado.