El martes hará un año que 19 millones de franceses eligieron presidente a Nicolas Sarkozy para que rompiera con el pasado, acabara con el inmovilismo y les devolviera el orgullo nacional perdido entre la pendiente de la decadencia y el miedo a la globalización.

El deseo de cambio era tal que un ministro del Gobierno de entonces logró encarnarlo mejor que la oposición. El mérito de Sarkozy fue saber reflejar los anhelos de la mayoría de sus compatriotas. Pero a los seis meses el espejo se rompió y ahora yace hecho añicos en las profundidades de la impopularidad y de la contradicción.

Sin embargo, al principio todo fue bien. Sarkozy sorprendía por su energía, su hiperactividad y su determinación de cumplir con sus promesas, mantra que repetía cada día en cada discurso, y pronunciaba muchos. Su popularidad subía como un cohete a propulsión. Hasta un 67% de franceses confiaban en él a primeros de julio del 2007, según el instituto de sondeos LH2 para Libération. Pero de septiembre a noviembre la caída fue de 12 puntos (54%). Más tarde hubo una estabilización hasta enero y después, en dos meses, su popularidad se hundió hasta el 37%-38%, el peor registro de un presidente de la República en su primer año de mandato.

Confianza

¿Qué ha ocurrido? Pierre Giacometti, director general del instituto de sondeos Ipsos durante la campaña electoral y asesor de Sarkozy, al que sigue aconsejando ahora desde su propio gabinete, advierte de que hay que mirar más allá de la espuma de las grandes cifras de los sondeos. "En verano, yo ya decía que lo más importante y preocupante eran las encuestas que medían la confianza económica de los consumidores franceses y desde las elecciones no hubo realmente una inversión de tendencia, la crisis de confianza económica que hay en Francia no cambió", explica.

Esa crisis de confianza se basa en la falta de resultados en la mejora del poder adquisitivo de los franceses, primera de sus preocupaciones según todos los sondeos. El principal eslogan de la campaña de Sarkozy fue Trabajar más para ganar más y un año después los ciudadanos creen que se cumple la primera parte de la frase, pero no la segunda.

"Sarkozy nunca prometió que iban a aumentar los sueldos --matiza Giacometti--. Decía que, gracias a una política de empleo, de precios, se podía conseguir una progresión a largo plazo del poder adquisitivo, pero no imaginaba que la recuperación económica en Francia iba a tener tan pobres resultados a principios del verano".

El líder centrista François Bayrou lo resume perfectamente: "Se nos hizo creer hace exactamente un año (...) que bastaría con gastar dinero y que este dinero inyectado en la economía pondría en marcha todo, y que de golpe los déficits desaparecerían. Era una fábula (...) Era, desgraciadamente, tomar a los ciudadanos por tontos". Todos los indicadores económicos, excepto el del paro --que ha bajado al 7,5%--, son negativos con relación a lo que el voluntarismo sarkozysta prometía.

El sonido del dinero

El método de trabajo de Sarkozy tampoco ha salido indemne. Tras el fracaso en las municipales, se propone repartir mejor su papel y el del primer ministro, ser más discreto en su vida privada --cuya exhibición influyó en la caída en los sondeos-- y acabar con la imagen de presidente bling bling, el apodo procedente del mundo del hip-hop que remite al sonido del dinero y de las joyas que exhiben los raperos. Hay dudas razonables de que resista las tentaciones que le llevaron a una gran hiperactividad.

Sarkozy lo decide todo e interviene en todo. Dirige el partido --aunque dimitió de sus cargos--; fija el contenido de las leyes y el calendario de las reformas; recibe a dignatarios extranjeros, a los sindicatos, a familiares de víctimas de cualquier suceso grave y a los representantes de la religiones; se encara con los pescadores y con un "pobre gilipollas" que se niega a saludarle; crea comisiones; encarga misiones a las personalidades más diversas; anuncia novedades sin que las conozca el responsable de la cartera concernida y está rodeado de un equipo de consejeros que mandan más que los ministros. El académico Jean-Marie Rouart define esta actividad desbordante en su libro Devoir d´insolence (Grasset): "Sarkozy es Giscard con EPO" (la droga sanguínea).

El intervencionismo alcanza niveles enfermizos. Le Canard Encha®né ha contado que durante la visita a París del presidente de Israel, Shimon Peres, llegó a pedir que la orquesta de la Guardia Republicana cambiara el repertorio para que tocara piezas de Rika Zaraï. El día de la muerte de Charlton Heston, saludó en un comunicado "al inmenso artista popular que ha encarnado con tanto brío el Hollywood triunfante de la posguerra", sin mención alguna al papel del actor como defensor de las armas de fuego.

Esta hiperactividad se ha traducido en una catarata de anuncios de reformas cuyos resultados aún están por ver. "Creo que lanza ideas sin consultar, da palos de ciego. Un ejemplo es cuando propuso que cada escolar francés amparara a un niño muerto en el Holocausto. No preguntó a nadie, ni a Simone Veil, superviviente de la shoah, y luego le criticaron hasta los judíos", comenta Susanna Dorhage, jefa de la oficina en París de la cadena de televisión franco-alemana Arte.

La periodista subraya que esa forma de actuar --lanzarse y luego, si es preciso, dar marcha atrás-- se refleja en la política exterior, como ha ocurrido con la Unión Mediterránea. "En Alemania no se lo toman en serio. Hay un espacio en la radio pública WDR que se llama Sarko de Funes (en referencia al cómico de los años 60 y 70 Luis de Funes), en el que se le representa como a una especie de loco que no escucha, hiperactivo, autoritario...".

Dorhage explica así la decepción del electorado: "Los franceses estaban dispuestos a hacer sacrificios con alguien que mirara a largo plazo, pero hasta ahora ha habido pocas cosas en las que Sarkozy ha sido consecuente. Da la impresión de que quiere contentar a todo el mundo. Es liberal, pero también proteccionista, etcétera, etcétera...".

Su oponente en las presidenciales, Ségolène Royal, considera también que "lo tenía todo entre las manos para tener éxito: una mayoría parlamentaria y la confianza de los franceses", pero que "el primer año es un fracaso". Muchos analistas, no obstante, reconocen que Francia es difícil de cambiar. Claude Allegre, exministro socialista tentado por Sarkozy, dice que "conduce como Ayrton Senna, pero al volante de un tractor", en referencia a la lentitud de los mecanismos institucionales y financieros.

Otros son menos amables. En su obra El rey está desnudo (Robert Laffont), Laurent Joffrin, director de Libération, considera que algunas reformas de Sarkozy son regresivas y antirrepublicanas, como la judicial y la fiscal, el papel otorgado al dinero, la política de inmigración y el replanteamiento de la laicidad. "Bajo el el pretexto de la transgresión sa- na, de audacia modernizadora, de energía y de rechazo de lo políticamente correcto, en terrenos decisivos, se organiza la regresión", escribe.

El senador socialista Robert Badinter, exministro de Justicia con Mitterrand, descalifica la ley de la retención de seguridad, que permite que un delincuente clasificado como peligroso no salga de la cárcel al cumplir condena y siga encerrado de por vida.

Melancolía

"Hemos entrado en otro sistema jurídico al centrarlo todo en la peligrosidad del sujeto y no en los actos que uno puede cometer. Se viola así la presunción de inocencia, principio fundamental de todo el Derecho occidental", afirma.

Badinter considera que "el estado del país, más que pesimista, es melancólico, causado por el primer problema actual, la pérdida del poder adquisitivo, y la melancolía no es la característica del ser nacional".

Giacometti coincide en que este es un "tema clave y Sarkozy está en un periodo clave".

Pero estima que la última entrevista en televisión, el jueves 24 de abril, tendrá efectos positivos porque se logró el objetivo de "demostrar que no estaba desconectado de las críticas, que había que corregir cosas y que estaba convencido de lo que estaba haciendo, cambiar un país, con cambios difíciles, pero imprescindibles para Francia".

¿Pero confían aún los franceses en que Sarkozy cumpla sus promesas? "Están divididos al 50%. Sarkozy aún tiene la imagen de alguien que cumple, adquirida en sus cinco años en el Ministerio del Interior. Su problema es que entonces era responsable de unos temas, como seguridad e inmigración, que tenía capacidad de resolver rápidamente. En economía, los resultados tardan más", analiza Giacometti.