Nació como el puesto que debía solventar los problemas de descoordinación y luchas intestinas que plagaban al espionaje antes de los atentados del 11-S, pero el cargo de director nacional de Inteligencia se ha demostrado como uno de los más inútiles en la práctica y más envenenados políticamente. El jueves, forzado por la Casa Blanca, Dennis Blair, elegido por Barack Obama hace 16 meses para ese puesto desde el que se coordinan 16 agencias vinculadas al espionaje y la seguridad, anunció su dimisión.

En su adiós han tenido que ver sonrojantes fallos del espionaje y la seguridad, como los detectados en los dos atentados frustrados en los últimos seis meses. Su despedida, no obstante, pone de manifiesto retos y problemas más profundos que afronta la laberíntica comunidad de espionaje, seguridad y defensa en un momento en que EEUU libra dos guerras, intensifica la presión y la posibilidad de un enfrentamiento con Irán y se mide a la amenaza del terrorismo, ya no solo internacional, sino también interno.

LA ESTRATEGIA Es bajo ese último prisma en el que se entiende mejor la verdadera dimensión de la dimisión de Blair. Desde su llegada al cargo --un puesto que con George Bush formaba parte del Gabinete, pero perdió ese rango con Obama-- Blair se centró en el aspecto estratégico de su trabajo, lejos del día a día de las operaciones, e intentó lograr más autoridad y más apoyo de la Casa Blanca para imponerse a otros estamentos, especialmente a la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Fracasó y perdió todos sus duelos con Leon Panetta, el director de la CIA, respaldado tanto por el vicepresidente, Joe Biden, como por John Brennan, asesor antiterrorista de Obama.

Tras esa toma de partido de la Casa Blanca late una apuesta por un tipo de actuaciones en el exterior a las que Blair quería quitar protagonismo, como las operaciones encubiertas o el creciente uso de aviones no tripulados en misiones de ataque en países como Pakistán. El, un hombre comprometido con las libertades civiles, estaba convencido de que ese tipo de operaciones pueden hacer más daño que bien a la reputación de EEUU y las posibilidades de cooperación internacional, pero la Administración ha demostrado no compartir su opinión.

Si el efecto exterior de las luchas intestinas ha pasado factura a Blair, su dimisión tiene también un fuerte componente interno. La continua pérdida de confianza de Obama en él alcanzó su culmen cuando, tras el atentado frustrado de Navidad, el presidente encargó a Brennan, y no a Blair, estudiar qué fallos del espionaje habían permitido que Omar Faruk Abdulmutallab embarcara en el vuelo a Detroit.

Esta misma semana, un comité del Senado hizo público un demoledor informe en el que recaía sobre la oficina de Blair el peso de los fallos. Aunque la Casa Blanca le pidió que siguiera en el cargo hasta encontrarle sustituto, la búsqueda de este ya había comenzado, y Blair decidió presentar su dimisión.