Las reuniones del G-8 y el G-20 en Canadá han propiciado el primer encuentro privado entre el presidente de EEUU, Barack Obama, y el nuevo premier británico, David Cameron, los líderes de los dos países con los mayores contingentes militares desplegados en Afganistán. Era una buena ocasión para hablar de lazos bilaterales reforzados, especialmente meses después de que un informe del comité de asuntos exteriores de la Cámara de los Comunes británica concluyera que la "relación especial" entre Washington y Londres había perdido relevancia. Y también lo era para tratar de lanzar un mensaje de unidad y convicción respecto a la estrategia en la guerra.

Un día antes de viajar a Canadá, Cameron había dado a entender que las tropas británicas estarán fuera de Afganistán en cinco años. Y Obama tiene previsto, al menos sobre el papel, iniciar el repliegue en verano del año que viene. Pero los planes de Cameron no favorecen al presidente de EEUU, solo un par de días después de que su estrategia sufriera un terremoto con la salida del general Stanley McChrystal, el tercer alto mando desde que empezaron las guerras de Afganistán e Irak que es retirado de su puesto o forzado a dimitir.

NECESIDAD DE AVANZAR Obama y Cameron coincidieron el sábado en señalar que es imprescindible obtener avances este año en la guerra, y hablaron de una "fase crítica". "Estamos convencidos de que tenemos la estrategia adecuada para dejar el tiempo y el espacio al Gobierno afgano para que incrementen sus capacidades en los próximos meses y años", dijo el jefe de la Casa Blanca. Cameron, al que Obama trasladó entre las dos cumbres en su helicóptero presidencial, el Marine One , hizo hincapié en la necesidad de lograr progresos inmediatamente. "Es de vital importancia hacer cuanto podamos para que esto salga bien este año", declaró.

Eso es más fácil de decir que de hacer. A la espera de que el sucesor de McChrystal, el general David Petraeus, tome las riendas --mañana comparece ante el Senado--, la propia Administración de Obama reconoce lo complicado del reto. Ayer mismo, el director general de la CIA, Leon Panetta, admitía en un programa televisivo "graves problemas", y que la guerra "es más dura y está yendo más lenta de lo que nadie había previsto". Entre los obstáculos, Panetta añadió a la insurgencia los "problemas de gobernabilidad" del país y el tráfico de drogas. El jefe del espionaje afirmó que Al Qaeda está hoy más debilitada que nunca, pero admitió también que hace años que Estados Unidos no consigue buena información sobre la localización precisa de Osama bin Laden.

En Londres, entre tanto, los mandos militares se refieren abiertamente a la posibilidad de negociar con los talibanes, como estrategia para facilitar la salida de la coalición internacional de suelo afgano. El jefe del Estado Mayor británico, el general David Richards, sugirió ayer "a título personal" que las conversaciones con los talibanes empiecen "muy pronto", aunque eso no implique el fin de las operaciones militares. "Si miramos las campañas contra la insurgencia en la historia, siempre llega un momento en el que las partes empiezan a negociar; probablemente, al principio, a través de terceros", declaró a la BBC.

Para Richards, la apertura del diálogo no debe dar la sensación de fracaso o renuncia, de ahí la importancia de mantener las ofensivas bélicas, al tiempo que se tantean otras vías. "Hay que seguir haciendo que los talibanes se sientan castigados en el plano militar", declaró.