Los más críticos han denostado la reacción de la Casa Blanca a las revueltas de Egipto como "esquizofrénica"; los más benévolos no han podido dejar el calificativo en nada menos negativo que "titubeante". El propio Barack Obama, consciente de la necesidad no solo de determinar una respuesta sino de lograr transmitirla con disciplina --especialmente después de que distintos representantes de su Administración lanzaran mensajes divergentes-- ha aumentado la presión sobre el régimen de Hosni Mubarak para que emprenda cambios que respondan a las demandas de la sociedad egipcia.

Nadie en Washington oculta que son las calles de El Cairo y otras ciudades egipcias las que están marcando su respuesta. Ayer, el portavoz de la Casa Blanca, Robert Gibbs, explicaba en su rueda de prensa diaria que "las protestas en las calles son más y más numerosas y las masas no parece que vayan a disminuir y por eso el Gobierno egipcio va a tener que hacer cambios inmediatos e irreversibles". Algunos de esos cambios los reclamaba el martes en una conversación telefónica el vicepresidente estadounidense, Joe Biden, a su homólogo egipcio, Omar Suleiman.

Biden, según el comunicado hecho público ayer, reclamó que se levante la ley de emergencia que durante 30 años se ha usado como herramienta para reprimir y encarcelar a miembros de la oposición. Asimismo, pidió el fin de los arrestos a manifestantes y periodistas, sugirió que se invite a los manifestantes a participar en la elaboración de un calendario específico para los cambios y urgió a abrir el diálogo sobre el futuro político a más miembros de la oposición.

Fueron reclamaciones que rechazó el liderazgo egipcio y su ministro de Exteriores, Ahmed Aboul Gheit, denunció ayer en una entrevista con una televisión estadounidense "las injerencias" de Washington.