Arrogante y displicente, el primer ministro italiano ni siquiera se ha molestado en llamar al orden a su subsecretario de Turismo, tras las insultantes afirmaciones sobre los turistas alemanes. Rodeado de fascistas y xenófobos en su Gobierno, será difícil para Berlusconi evitar otras declaraciones de mal gusto, a las que, por otra parte, él mismo es muy aficionado. Estos incidentes, ridículos pero de largo alcance político, dejan por los suelos la imagen de la rica Europa unida.