En Bogotá ya se habla del efecto Ingrid , y de que la ola de júbilo salpica hasta la economía. De hecho, el peso colombiano se ha revalorizado frente al dólar. Pero debajo de esta superficie de algarabía, más allá de las alabanzas y las especulaciones que suscita un rescate fabuloso, están los que todavía continúan esperando. Los propios liberados han lanzado un ruego: "No olvidemos a los que aún permanecen cautivos".

En la madrugada del viernes, un estudiante de Economía se quitó la ropa en la plaza Bolívar y, encaramado a la estatua del Libertador, rindió con su desnudez homenaje al Ejército que había traído de vuelta a Ingrid Betancourt. El estudiante no fue castigado. Su embriaguez, se dijo, era comprensible en medio de tanta alegría nacional suelta.

A pocos minutos de la escena del estriptís patriótico, en un barrio del norte bogotano, María Teresa Mendieta y sus hijos siguen su vigilia sin saber nada del coronel de la policía Luis Mendieta, capturado en un asalto de las FARC en Mitú, el 1 de noviembre de 1998. La mano milagrosa que cambió el destino de Ingrid no los ha rozado.

DESPERTAR LA CONCIENCIA Según la fundación País Libre, en Colombia hay unas 2.800 personas secuestradas. De ese total, las FARC todavía tienen en su poder a 25 de los que en un momento formaron la lista de canjeables . El suboficial Pablo Emilio Moncayo forma parte de ese grupo. Su padre, el profesor Gustavo Moncayo, lo aguarda desde hace una década. El profesor Moncayo, como se le conoce, ha recorrido Colombia encadenado para despertar la conciencia de una sociedad que, hasta hace muy poco, cerraba los ojos ante el drama de los rehenes.

La operación Jaque lo ha impactado, como a la gran mayoría de ese país. "Esto ha sido motivo de una inmensa alegría, lo que ha hecho el Ejército es digno de encomio. Pero, ¿hay que recordarlo? Todavía quedan más personas en la selva", dice en conversación telefónica. A Moncayo, como a los Mendieta y otros, les falta algo. La "presencia de los ausentes" les conmina a sacar fuerzas y seguir adelante. Temen quedarse nuevamente solos: "Ojalá que el clamor no decaiga después de estas celebraciones y sigamos reclamando con el mismo fervor, para que el mensaje llegue a las FARC, y que el Gobierno también atienda nuestra súplica. Necesitamos que el mundo se una a nuestras voces para llegar a un acuerdo humanitario para desterrar el dolor de este país. Y hasta que eso no suceda, seguiremos caminando".

ALEGRIA Y TRISTEZA María Stella Cabrera lloró desconsoladamente junto a su esposo, el profesor Moncayo, al ver a Betancourt y los 14 exrehenes en la pantalla de televisión bajar de un avión. "Fue un llanto de alegría y de tristeza al mismo tiempo: ahí podría estar mi hijo".

"Para mí es una emoción que no he podido disfrutar, porque mi esposo y otros más se quedaron en la selva", le dijo a la revista Semana Claudia de Jara, la esposa del exgobernador de Meta Alan Jara.

Marta de Lizcano, esposa de Oscar Lizcano, el político que lleva más tiempo cautivo, reconoció que, ante la misma imagen televisiva, tuvo también sentimientos encontrados. De alborozo, naturalmente, porque había familias que dejaban atrás su calvario. Sin embargo, la liberación de 15 personas daba lugar a una paradoja inquietante. "Cada vez quedamos menos y las cosas son más difíciles porque somos menos luchando", expresó.

MORIR DE ESPERA "Diez años esperando al Ejército", gritó el cabo enfermero William Humberto Pérez arriba del helicóptero que lo fue a rescatar. Pérez, que renunció a una posible fuga para velar por la frágil suerte de Betancourt, alimentándola en las horas más adversas, apenas podía contener las lágrimas.

El vídeo fue mostrado por el Ministerio de Defensa a última hora del viernes, ante los rumores del supuesto pago de un rescate, para echar por tierra la idea de que, detrás de la osadía cinematográfica de la operación Jaque, lo que se escondía en rigor era un montaje teatral. Anselmo Medina no llegó a ver esas imágenes. El abuelo del cabo Pérez había muerto unas horas antes, cuando se enteró de que su nieto estaba de regreso. Había soñado tanto con ese instante que la conmoción de la noticia le provocó un infarto.