En 1917, el presidente Woodrow Wilson suspendió las festividades de su segunda inauguración porque no las consideró "dignas" mientras EEUU se hallaba sumido en la primera guerra mundial. En 1945, su sucesor Franklin Roosevelt restringió los festejos de su cuarta inauguración al recinto de la Casa Blanca y honró a sus invitados con un simple almuerzo de pollo frío y ensalada, adecuado a los amargos tiempos de la segunda guerra mundial. Sin embargo, el republicano George Bush no seguirá la semana próxima el ejemplo de sus dos predecesores, pues su segunda inauguración será la más fastuosa y cara de la historia, a pesar de los vientos bélicos que azotan el país.

"Los precedentes sugieren que las festividades inaugurales deberían ser modestas, si no canceladas, en tiempos de guerra", amonestó el representante demócrata por Nueva York, Anthony Weiner, en una carta a Bush. Pero en la Casa Blanca reina el optimismo del presidente y los profundos bolsillos de sus partidarios, dispuestos a alcanzar o superar los 40 millones de dólares (30,5 millones de euros) presupuestados para los bailes, banquetes, fuegos artificiales, conciertos y celebraciones variadas de la inaguración, que culminará el jueves con la jura solemne de Bush ante el Capitolio.

Esta cifra no incluye la ingente factura de seguridad, una operación que convertirá aún más a la capital estadounidense en un auténtico fortín durante los cuatro días de festejos. En ella participarán 6.000 policías, 2.500 militares y centenares de agentes de diversos cuerpos federales. "Estamos preparados para frustrar cualquier intentona terrorista", aseguró el secretario de Seguridad Nacional, Tom Ridge.

Bush superará los 33 millones de dólares que costó la primera inauguración de Bill Clinton. Ante tamaño dispendio cuando la guerra de Irak chupa al mes 5.000 millones de dólares y el país arrastra déficits cada vez mayores, se ha desatado un creciente coro de críticas, encabezadas por los demócratas, que se quejan de los 17,3 millones que le costarán al Distrito de Columbia (D.C.), donde se asienta Washington, las fiestas de Bush.

"Lo que tendría que hacer el presidente es cancelar las fiestas de la inauguración y pedir a los donantes que envíen esos fondos a las víctimas del tsunami", planteó desde Tejas el multimillonario Mark Cuban, propietario del equipo de baloncesto Dallas Mavericks y ferviente partidario de la austeridad en tiempos de crisis.