Hasta las 4.30 horas de ayer, Eric Robert Rudolph había sido una pesadilla para el FBI, una presa que escapó a una de las más intensas y costosas cacerías emprendidas por las autoridades en Estados Unidos refugiándose en los bosques de Carolina del Norte. Por eso, el país lanzó un respiro de alivio cuando el fiscal general, John Ashcroft, confirmó la detención del supuesto autor del atentado que mató a una mujer e hirió a 111 personas en los Juegos Olímpicos de Atlanta, el 27 de julio de 1996. Un cámara murió de un infarto.

Rudolph, un hombre blanco de 36 años, está acusado de otros dos atentados: uno, en enero de 1997, contra un edificio de oficinas, y otro un mes después, contra un bar de lesbianas. En ninguno hubo víctimas mortales. También se le atribuye el atentado, en enero de 1998, contra un centro abortista de Alabama, donde murió un guardia de seguridad y una enfermera resultó gravemente herida.

MIEMBRO DE UNA SECTA

Aunque el terrorista nunca confesó sus motivaciones, las autoridades llegaron a pensar que Rudolph había escrito algunas de las cartas que se encontraron mostrando apoyo a sus atentados, firmadas por el grupo ultraderechista Armada de Dios. Se cree que formaba parte de esa secta cristiana que cree en la supremacía blanca y hace apología del antisemitismo, la homofobia y el odio a los inmigrantes.