Hillary Clinton puede respirar tranquila. Casi con toda seguridad no será procesada por la gestión que hizo de sus correos electrónicos durante su etapa de secretaria de Estado, cuando optó por alojar sus comunicaciones en un servidor privado. El FBI, la agencia que investiga las posibles connotaciones legales del asunto, ha anunciado este martes que no recomendará cargos contra la candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos. Esa decisión debe ser ahora refrendada por el Departamento de Justicia, pero todo hace indicar que los obstáculos legales que Clinton enfrentada para competir por la Casa Blanca han quedado despejados.

James Comey, el director del FBI, ha asegurado que 110 correos enviados o recibidos por Clinton contenían información clasificada y no ha descartado que espías o piratas informáticos hostiles a EE UU hayan podido apropiarse de esos e-mails. Comey ha dicho que tanto la ex secretaria de Estado como sus ayudantes actuaron de forma “extraordinariamente negligente” al utilizar un servidor privado, sin la protección requerida, para despachar comunicaciones oficiales. Pero también ha precisado que no se ha encontrado pruebas que demuestren que Clinton lo hizo de forma intencionada y con la pretensión de violar la ley. “Pensamos que ningún fiscal razonable iniciaría un caso así”, ha afirmado para subrayar que la agencia no recomendará cargos contra la candidata demócrata.

Sus conclusiones se producen solo unos días después de que Clinton fuera interrogada durante tres horas y media en la sede del FBI en Washington. La fiscal general del Estado, Loretta Lynch, había declarado que aceptaría las recomendaciones del FBI, sugiriendo que si la agencia apostaba por acusarla, el ministerio público tomaría medidas para sentarla en el banquillo. Con esta decisión, el camino de la ex secretaria de Estado parece despejado. Ha salido indemne del asunto del asalto al consulado de Bengasi (Libia) y ahora del de los e-mails. Otra cosa es el daño que hayan podido hacer a su reputación. Tanto el uno como el otro le han servido a los republicanos para reforzar la impresión en parte del electorado de que los Clinton juegan con sus propias reglas.