El nuevo Gobierno de Nicolas Sarkozy significa el fin de la diversidad. Pero no solo de la diversidad étnica, inaugurada en el 2007 con la integración en el Gobierno de tres mujeres iconos procedentes de la inmigración, sino también de la diversidad política, es decir, de la apertura a la izquierda, materializada con la entrada en el Gobierno de destacados militantes socialistas.

La principal figura de la diversidad étnica, Rachida Dati, ya fue exiliada al Parlamento Europeo después de haber sido expuesta en el altar del Ministerio de Justicia, donde desempeñó una gestión conflictiva. Ahora, con la salida de Fadela Amara, tras una fracasada política para revitalizar las banlieues, y de Rama Yade, que pasó de vigilar el cumplimiento de los derechos humanos en el Ministerio de Exteriores a gestionar el deporte, se acaba la política de escaparate étnico de la que tanto presumía Sarkozy. Rama Yade era la Condoleezza Rice que siempre había querido tener. Solo Jeannette Bougrab, secretaria de Estado encargada de la juventud, puede llevar la antorcha de la diversidad étnica en el nuevo Gabinete.

El guiño a la izquierda --una política de fichajes para desestabilizar al Partido Socialista, sin propósitos ideológicos-- termina con la salida del Gobierno del padre de la injerencia humanitaria, Bernard Kouchner, y Jean-Marie Bockel, el más blairista de los socialistas franceses. El único exsocialista que permanece es el exministro de Inmigración Eric Besson, el traidor que abandonó a Ségolène Royal entre las dos vueltas de las presidenciales del 2007 y llevó su traición hasta el final, convirtiéndose en secretario general adjunto de la UMP. Besson sigue, pero como ministro de segunda en Economía y Finanzas.

La diversidad se extingue también en la otra ala del espectro, en el centro, con la salida de Jean-Louis Borloo, presidente del Partido Radical de derecha, y del titular de Defensa, Hervé Morin, el principal seguidor de François Bayrou que primero se pasó al sarkozysmo. En cambio, Michel Mercier, el último en abandonar a Bayrou, ha sido recompensado con Justicia, seguramente porque, al contrario que Morin, no tiene ambiciones presidenciales.

Finiquitada, pues, la diversidad, Sarkozy ha optado por la cohesión de la derecha más tradicional de la UMP. Asegurada la continuidad con François Fillon, ha llamado a pesos pesados del gaullismo, como Alain Juppé, y ha mantenido a otros fieles del expresidente como François Baroin y a exseguidores de su rival Dominique de Villepin con el fin de desactivarlos. Y ha encargado la dirección del partido a Jean-François Coppé, otro gaullista rival con aspiraciones presidenciales para el 2017. Frente a una segunda ruptura que le proponían algunos asesores, Sarkozy ha decidido cerrar el castillo y hacerse fuerte en las almenas para asaltar la reelección.