Por fin están en suelo español. Y ahora, ¿qué? Después de 26 años viviendo en el Líbano, la española Felisa Blanco tiene lo que lleva puesto: una camisa, unas bermudas, un bolso y una maleta. También tiene a su hijo Pedro. A los otros dos se los ha dejado en Beirut. También a su marido, libanés de nacimiento. Ninguno de los tres ha podido ser repatriado por problemas burocráticos en sus pasaportes. "Cuando me despedí de mis hermanos --cuenta Pedro-- no podía ni mirarles a la cara. Yo me iba y ellos se quedaban".

Su madre le mira y se les escapan las lágrimas. "Tengo lo que llevo puesto. Nada. No se cómo lo voy a hacer, pero debo ir a Ciudad Real, donde está la casa de mi madre", dice Felisa mientras llora. Su trauma es tan absoluto que da la sensación de que no sabe ni dónde está Ciudad Real.

La segunda huida

Pero Felisa saldrá adelante. Ya lo hizo hace 16 años, cuando regresó a España escapando de la guerra en el Líbano. "Es la segunda vez en mi vida que hago lo mismo: huir", explica.

Son las doce de la noche del lunes. Pedro y su madre acaban de aterrizar en Torrejón de Ardoz (Madrid) tras viajar desde Damasco (Siria) en un Boeing 707 de la Fuerza Aérea española. En el avión han viajado otros 97 españoles y 14 extranjeros. Se trata del segundo grupo de repatriados. El primero llegó el sábado. Ayer también aterrizó en Barajas, a las 14.30 horas, un Airbus de Air Europa con otro centenar de españoles. El tercer grupo --con el que se completa la evacuación de españoles-- llegó a Madrid anoche, con 150 repatriados. Según fuentes diplomáticas, un centenar de españoles han decidido quedarse en el Líbano. Entre ellos, un grupo de monjas, matrimonios mixtos y personal de oenegés.

Los que han querido volver han dejado atrás mil historias y mil sentimientos. Si no fuera porque hay ya "demasiados muertos", Nassib Lakkis --libanés casado con una española-- se partiría de la risa cada vez que escucha al presidente de EEUU decir que Israel tiene derecho a protegerse. "¿A protegerse de quién? ¿De mi hija?", dice indignado señalando a Lara, una adolescente a la que las bombas le han hecho madurar. "Esta es una guerra perfectamente planeada y estudiada", critica. Lakkis --que ha adelantado el regreso de sus vacaciones a su tierra natal-- se alegra de pisar suelo español, donde tiene fijada su residencia en Palma de Mallorca. "Nosotros estamos ya fuera de ahí, pero mi familia se queda. Eso me produce una impotencia terrible", relata.

Hani Elsaheb también se siente impotente ante una guerra horrible y odiosa". A pesar de tener solo 14 años, Hani cuenta con la sensatez suficiente como para reclamar la paz. "La situación en el Líbano es horrible. No hay corriente eléctrica, no hay agua. No hay nadie en la calle por miedo a las bombas. La gente empieza a sentir odio", dice.

Optar por el silencio

También hay repatriados que prefieren no hablar delante de las cámaras. Están demasiado enfadados y prefieren guardarse el odio. Otros quisieran hacerlo, pero no pueden porque lloran sin parar. Marian Srour, casada con un libanés, apenas habla español. A pesar de eso y de sus lágrimas, Marian da a entender que su marido se ha quedado en Beirut. Solo desvela que, ahora, su intención es ir a Barcelona --donde tiene algún familiar-- y esperar a que regrese su marido, el amor de su vida.

Los hay menos pesimistas. Ralik, por ejemplo, no teme que nada malo les pase a los suyos, a los que ha dejado en el Líbano. "Mi familia vive en la zona cristiana. A nosotros no nos bombardean", argumenta. Pero sí que hay algo que le atormenta: "¿Podré regresar al Líbano?"