La derrota sin paliativos en las primarias de la derecha francesa marca el fin de la carrera política de Nicolas Sarkozy. Rechazado por su propio electorado y humillado por la victoria de su antiguo primer ministro, François Fillon, a quien trató con desdén de mero “colaborador”, el expresidente ha perdido la apuesta que lanzó a bombo y platillo en octubre del 2014, cuando regresó a la arena política para hacerse con las riendas del partido convencido de que así se le abrirían de nuevo las puertas del Elíseo.

El récord de participación en la primera vuelta de unas primarias abiertas a todo aquel que firmara una carta de adhesión a los valores del centro derecha -acudieron a las urnas más de cuatro millones de personas- jugaba en contra de las aspiraciones de Sarkozy, arropado por el núcleo duro de los militantes del partido ‘Los Republicanos’ pero rechazado por muchos votantes conservadores que no han olvidado ni su magro balance como presidente ni sus salidas de tono en pleno ejercicio del poder.

El veredicto de las urnas es un ajuste de cuentas en toda regla, el triunfo del ‘antisarkozysmo’, el deseo de los electores de pasar la página del hombre providencial y carismático que Sarkozy pretendía encarnar flirteando peligrosamente con las tesis de la ultraderecha para arañarle votos al Frente Nacional.

Es también el estrepitoso fracaso de una campaña centrada en los temas que más crispación generan y que más dividen a la sociedad francesa -la identidad nacional, el Islam, la inmigración, la seguridad- olvidando el estado de urgencia económica en el que viven miles de ciudadanos. De nada le ha servido presentarse ante los electores como el representante del pueblo frente a las élites y mucho menos tener en Donald Trump una fuente de inspiración para rebelarse contra el pensamiento único.

A sus 62 años, y tras cuarenta en la política francesa, Sarkozy se ha visto obligado a pronunciar un último discurso con aires de despedida. “Me ha llegado la hora de encarar la vida con más pasión privada y menos pasión pública”, declaró este domingo en su cuartel general de campaña al admitir la derrota.

Las puertas del palacio del Elíseo se cierran para el ‘hiperpresidente’ pero las del palacio de Justicia siguen abiertas. En los tribunales se acumulan los expedientes en los que aparece su nombre: las escuchas telefónicas que revelaron su implicación en un presunto caso de tráfico de influencias, el llamado ‘caso Bygmalion’-un entramado de facturas falsas destinado a financiar su campaña electoral del 2012- o las sospechas de que recibió fondos del dictador libio Muamar el Gadafi.

MENOSPRECIO A LOS JUECES

Sarkozy ha respondido a cada nueva revelación sobre los casos judiciales que le salpican con un menosprecio a los jueces o mostrándose como víctima de una campaña en su contra pero sus visitas a los tribunales han podido pesar también en el juicio de los electores.

“No sirve de nada hablar de autoridad cuando uno mismo no es irreprochable. ¿Quién se imagina a De Gaulle imputado?”. La frase, de gran dureza, causó una conmoción al oírla en boca de un miembro de la derecha. La pronunció François Fillon el pasado 28 de agosto, cuando en el horizonte de las primarias de la derecha sólo aparecían los nombres de Nicolas Sarkozy y Alain Juppé como los únicos favoritos a llevar al partido de nuevo a la presidencia de la República.

"El sarkozysmo dejará huellas. La derecha francesa no ha terminado de abordar todas las cuestiones de la identidad nacional", augura el politólogo de Sciences Po Bruno Cautrès en 'Le Monde'.