Las espadas siguen en todo lo alto en la compleja crisis que sacude a Irán. Es más, las posiciones se radicalizan y la violencia crece. El régimen se mantuvo ayer enrocado en la represión y el bloqueo informativo, mientras los reformistas salieron de nuevo a desafiarlo en la calle, en el quinto día de protestas tras el contestado escrutinio electoral que arrojó la reelección del presidente Mahmud Ahmadineyad.

Teherán se ha convertido en un nido de rumores que recorren toda la ciudad. Nadie sabe a ciencia cierta cuántas personas han muerto desde el sábado. Las víctimas confirmadas son siete, pero Amnistía Internacional afirma que pueden ser más de 15 y que los heridos y detenidos --tanto manifestantes como intelectuales y activistas reformistas-- se cuentan por centenares. Las noticias corren de boca en boca y no es posible confirmarlas.

CONVOCATORIA Lo que sí parece claro es que los partidarios del candidato derrotado Mirhusein Musavi no se arredran. Una nueva marcha multitudinaria, con la significativa participación de una hija del expresidente Hashemi Rafsandyani --para muchos, quien mueve en la sombra los hilos del reformismo--, recorrió ayer Teherán. Pacífica al principio, acabó con duros enfrentamientos de los manifestantes con la policía antidisturbios y los milicianos basijs. Siempre según el relato de testigos, ya que de nuevo se impidió la presencia de la prensa internacional, acusada por el régimen de ser "los portavoces de los agitadores". A estos periodistas "enemigos de la unidad nacional" les espera "un jaque mate", afirmó ayer el Ministerio de Exteriores en un comunicado trufado de terminología propia del ajedrez.

En algunas zonas de la capital se perciben las huellas de los disturbios de estos días. Junto a la plaza Miradamad, en el norte, unos operarios se apresuraban ayer a cubrir con lonas dos sucursales bancarias a las que un grupo de manifestantes prendió fuego el martes por la noche.

Aunque el alcance y las consecuencias del desgarro del régimen entre ultraconservadores y reformistas son aún difícilmente previsibles, la onda expansiva de las protestas parece recorrer el país de punta a cabo. De Tabriz y Oroumiye (noroeste), de Shiraz (sur), Zahedan (sureste), Babol y Mashad (noreste) también llegan testimonios de protestas en las calles y de represión. Y el fiscal general de Isfahan (centro), Mohmad Reza Habibi, no dudó ayer en "advertir a esos pocos activistas controlados desde el exterior que tratan de enturbiar la seguridad nacional incitando a otros a destruir que, según el código penal islámico, la condena a aquellos que le hacen la guerra a Alá es la muerte".

La tensión va en aumento y las protestas van adquiriendo un carácter cada vez más violento, así como el grado de represión. Nadie se atreve a predecir lo que puede ocurrir en los próximos días, entre otras cosas, porque nadie llegó ni siquiera a imaginar la fuerza que han adquirido las movilizaciones. Los observadores creían que el régimen sería capaz de acabar con ellas o minimizarlas durante los dos o tres primeros días, pero está ocurriendo todo lo contrario.

BRAZALETES VERDES Da la sensación, además, de que cada día más gente cierra filas con el movimiento reformista y se encara con el régimen. En un colmado de Teherán, unos adolescentes gritaban ayer de alegría al ver por televisión que algunos futbolistas de la selección de Irán --que se enfrentaba ayer en Seúl a Corea del Sur en un crucial partido de clasificación para el mundial-- lucían unos brazaletes verdes, el color de la protesta.

La calma reina por las mañanas. La gente va a sus trabajos, como si nada sucediera, aunque se palpan el miedo y la preocupación. Es al anochecer cuando en ciertas zonas de Teherán reina el caos. Y hoy, decenas de miles de personas volverán a echarse a la calle para preguntar a Ahmadineyad y a los suyos: "¿Dónde está mi voto?".