El paraíso de Ingrid Betancourt tiene los rostros aún aniñados de sus dos hijos, Lorenzo y Melanie, que ayer, a primera hora, llegaron a Bogotá para ver y tocar a la madre que la selva les había devuelto. Habían pasado más de seis años desde la última vez que pudieron hacerlo --abrazarse, mirarse, tocarse--, y los secretos del primer momento fueron eso, secretos, media hora de emoción e intimidad en el avión, en plena pista, con la escalerilla puesta para que ella subiera antes de que ellos bajaran. "El nirvana, el paraíso..., deben ser algo muy parecido a lo que estoy viviendo", declaró luego la excandidata, sometida desde el momento de su rescate a un carrusel de emociones que aún está lejos de terminar.

Era el mismo aeropuerto --el de Catam-- donde el miércoles, más entera de lo que se pensaba, había entrado con una gran sonrisa en el primer nirvana, el de su libertad. Y allí, rodeada de periodistas y personalidades, entendiendo de nuevo lo que significa la palabra "asedio", recordó que sus hijos no eran más que unos niños la última vez que los vio. "Son tan ellos, tan ellos y tan diferentes al mismo tiempo... Estos sin mis niñitos, mi razón de ser, mi sol, mi luna, mis estrellas. Fue por ellos que seguí con ganas de salir de aquella selva".

NARANJAS DE DESAYUNO En la mano derecha llevaba el escapulario blanco con el que cada día rezaba el rosario, tan visible ante las cámaras que era difícil no pensar en las muchas veces que ha invocado a Dios para agradecer su libertad. Sonreía, todo el tiempo sonreía, pero los ojos hinchados la delataban, hablaban de una noche corta y en vela. "Llegamos tarde a casa --contó su marido, Juan Carlos Lecompte--, y estuvimos hablando mucho tiempo, en especial de su cautiverio. Para desayunar pidió naranjas; tenía ese capricho".

Con el mismo chaleco de camuflaje con que bajó del avión, el miércoles, estrenando sonrisa y libertad, se dirigió después al Club Militar de Bogotá --donde se reunió con el presidente, Alvaro Uribe, y los mandos militares-- y más tarde al Palacio de Nariño, la sede del Gobierno, para una rueda de prensa.

La herencia material de sus seis años de secuestro no eran solo el escapulario, ni la bolsa de su cautiverio, donde había cartas para sus hijos, y ropa, y un diccionario; era la alarma de su reloj de pulsera, que tronó en plena rueda de prensa y le recordó que, el día anterior, estaba en medio de la selva, cautiva. "Perdón... Todavía la tengo puesta. Es que... sonaba todas las noches, y yo me despertaba y ponía la radio porque a esta hora siempre hablaba mi mamá". Eran las once de la noche. En punto.

"Lo primero que quise saber fue quiénes estaban al tanto del operativo", explicó. "Yo sabía que mi mamá tenía planeado viajar a Europa, y que Melanie se iba a la China, entonces yo preguntaba: ´¿Quién sabe de esto?´. Porque me decía: ´Es increíble. Voy a llegar a Bogotá y no voy a encontrar a nadie´".

DESCONCIERTO Los mandos militares acababan de explicar que, tal y como había sido planeado el rescate, el helicóptero que debía evacuar a los rehenes solo podía estar en tierra 10 minutos. Al final fueron 22, según la excandidata, por culpa de los propios secuestrados. Una vez en al aire, cuando ya los militares se habían identificado y todo era algarabía a bordo y todos saltaban de felicidad, a Betancourt la asaltó la última duda, una duda que habla claramente de la moral carcomida de quienes han estado secuestrados. "Cuando uno ha vivido una serie de momentos difíciles uno no cree que la felicidad sea para uno, así que yo rezaba para que el helicóptero no se fuera a caer".

UN "ORGULLO" Todo el horror vivido se hizo historia cuando ayer Betancourt volvió a ver a sus dos hijos. "Es el momento más bello de nuestras vidas", dijo Melanie. A su lado, Lorenzo resumió en un par de frases la magnífica sorpresa de encontrarse con que su madre gozaba, en general, de buena salud. "La sensación de ver a una madre tan fuerte es algo increíble, y ver que sigue siendo la misma es un orgullo para mí". Los tres juntos, el paraíso de Ingrid. La sensación escalofriante de que hacía únicamente horas había estado en el mismo infierno.