Vestido de blanco de pies a cabeza como corresponde a sus profundas creencias religiosas, Bashir al Mashraui sorbe lentamente el té caliente en el patio interior de su casa de Gaza y, como buen árabe, echa mano de las metáforas: "Lo que ocurre es como si tú encierras un gato en una jaula, le racionas la comida y la bebida y lo torturas. El gato te acabará arañando". Tras semanas de bombardeos y muerte, la franja de Gaza ya dio un zarpazo --el secuestro del soldado Gilad Shalit--, y afila sus precarias uñas a la espera de la anunciada operación israelí.

Miedo a las represalias A simple vista, la crisis del secuestro no parece haber alterado el pulso de la franja --los mismos atascos, el mismo ritmo cadencioso de vida...-- pero eso es solo un espejismo. "Estamos asustados por lo que pueda ocurrir. Sabemos que los israelís tienen carta blanca. Tras el asesinato de la familia Ghalia en la playa de Beit Lahia nadie dijo nada, y ahora todo el mundo está patas arriba por este secuestro", argumenta Mahmud Shehadah. Los Shehadah tienen motivos para estar asustados, ya que su casa está justo en la frontera entre Beit Janún e Israel. Desde la ventana de su morada, se pueden ver los tanques que Israel ha desplegado desde la captura del militar.

"No tenemos nada que perder, estamos sitiados y nos atacan continuamente. Nada puede ser peor que esto", dice Al Mashraui, en una opinión generalizada. El barrio de los Shehadah es un paupérrimo erial de niños descalzos y casas sin puertas. Los Shehadah muestran un papel plastificado para probar que sus temores tienen fundamento: es el informe médico de uno de sus hijos, que a finales de mes resultó herido por el fuego israelí cuando jugaba cerca de su casa. El adolescente ha quedado paralítico.

"Lo del soldado ha sido una respuesta natural a los asesinatos de las últimas semanas", explica Al Mashraui. La carretera llena de baches y casi sin asfaltar que une las poblaciones del norte de la franja con Yabalia y la ciudad de Gaza son un laberinto de montículos de tierra. Las facciones armadas, lideradas por la Yihad Islámica y los Comités de Resistencia Populares, han amontonado la tierra con la intención de usarla como barricadas en caso de invasión terrestre con tanques. En algunos arcenes de la carretera se alzan simulacros de garitas, rodeadas de sacos terreros. Su utilidad como defensa contra los blindados es escasa, los palestinos lo saben e incluso, con su proverbial humor negro, bromean sobre ello, pero cumplen su misión de levantar la moral.

Las radios difunden la noticia de que las milicias armadas han ordenado un despliegue general, como si fueran un Ejército de verdad. El clima prebélico de Gaza tiene algo de irreal, como si no hubieran visto las imágenes de filas de tanques que aguardan a sus puertas. Pero sí las han visto. Incluso las oyen. "La captura del militar nos ha llenado de orgullo. Aún somos capaces de responder, de vengarnos", dice Al Mashraui. El gato de Gaza puede tener las uñas romas, pero arañará antes de permanecer dócil.