Por una recompensa simbólica de un dólar al año, la enfermera y homeópata estadounidense Linley York, residente en Yakarta, duerme sobre el suelo en una escuela rodeada de selva y arrozales, limpia enormes llagas purulentas infectadas desde hace más de tres semanas, organiza evacuaciones y cuida de la salud de una pequeña comunidad llamada Beurawang, a un puñado de kilómetros de Meulaboh, en la costa oeste de la isla indonesia de Sumatra. Linley forma parte de una red informal de voluntarios que, después del desastre, se reunieron en Medan y descendieron por carretera hasta la costa para atender a los afectados.

Beurawang está muy lejos del caos humanitario de Banda Aceh, donde gobiernos y agencias humanitarias pugnan por hacerse con un hueco. Aquí, unos 200 residentes, a los que se han unido un centenar de desplazados de poblaciones vecinas arrasadas por las olas gigantes, dependen de esta enfermera diplomada para superar los problemas de salud derivados del tsunami. Como otros muchos pueblos de la provincia de Aceh, aquí apenas llega la ayuda humanitaria. El acceso a la zona es complicado: hay que volar en helicóptero desde Banda Aceh hasta Meulaboh y desde allí enfilar por una estrecha carretera secundaria bastante dañada por las aguas.

Linley es una mujer ocupada. Hace pocos días, tuvo que emplearse a fondo para salvar la vida de un paciente aquejado de tétanos, al que logró evacuar al hospital alemán en helicóptero. "No podía tragar, ni casi abrir la boca", explica, mientras detalla la sintomatología de la infección y recuerda que la enfermedad, después del periodo de incubación, tiene una altísima mortalidad. "Parece un milagro, pero me han dicho que se recupera".

Ahora, la principal fuente de preocupación de Linley es un paciente con una enorme costra amarillenta infectada que ocupa el antebrazo y parte de la mano. "Es increíble, pero ha pasado varias semanas con la herida infectada sin atención médica". La llaga tiene mal aspecto, pero con sucesivas curas y un tratamiento de antibióticos podrá sanar. Eso sí, al precio de que le quede como recuerdo "una enorme y desagradable cicatriz".

En algunos casos, la enfermera York hace de psicóloga. Reconoce que es frecuente encontrar, tras el maremoto a pacientes aquejados de insomnio. "Algunos supervivientes se quejan de que sueñan con ranas saltando a su alrededor; justo antes de que llegara el tsunami, las ranas lo invadieron todo", recuerda.

La alegría del tabaco

En otros casos, se limita a intentar dar un poco de alegría. Linley no fuma y procede de un país que le ha declarado la guerra al tabaco, pero siempre guarda cigarrillos para regalar. "Aquí no soy antitabaco. Cuando regalo cigarrillos, veo que los hago felices por un día".

Pero Linley cree que es hora de recoger velas. Regresará pronto a Yakarta, pues allí tiene unos hijos "a los que atender". Atrás quedará una comunidad agradecida.