Giuseppe Conte es un primer ministro en la cuerda floja. Casi no pasa un día sin que la prensa italiana aluda a que pueda dimitir o que acabe despedido en medio de las incesantes peleas políticas entre los dos belicosos socios del Gobierno italiano, la ultraderechista Liga y el populista Movimiento 5 Estrellas (M5S). De manera que, ayer, fue Conte quien lo dijo abiertamente. «Ya estoy preparado para dimitir», afirmó al lanzar su ultimátum a los dos partidos para que pongan fin a su constante confrontación.

Los partidos políticos italianos deben «ser conscientes de sus responsabilidades», por lo que si «los compromisos no son coherentes, pondré mi cargo en manos del presidente de la República», explicó. «Seguiremos adelante si todos mantienen la palabra dada. No tenemos tiempo que perder», fue la respuesta inmediata de Matteo Salvini, el jefe político de la Liga.

Conte, un jurista de 54 años, lleva los últimos meses en el punto de mira de la Liga por sus intentos de conciliación con Bruselas sobre asuntos como las políticas presupuestarias de Italia y la migración. «Conte no es imparcial. Esto no es una acusación, es un hecho», llegó a decir Giancarlo Giorgetti, el brazo derecho de Salvini, en referencia a la vinculación del premier con el M5S.

De ahí que ese haya sido precisamente uno de los temas que el mandatario italiano señaló en su amenaza.

«Si el ministro de Economía (Giovanni Tria) y el primer ministro están dialogando con las instituciones europeas para evitar un procedimiento de infracción», los ministros del Gobierno «no pueden intervenir con provocaciones y generando polémica», criticó, después de que el propio Salvini dijera que Bruselas no puede enviar «cartitas» a Italia.

El insólito pulso salió a la luz poco antes de la última cita electoral europea, pero venía fraguándose desde finales de 2018. Fue entonces, después de meses mantener un perfil bajo y discreto -algunos habían llegado a llamarle de «títere» de los dos vicepresidentes, Luigi Di Maio y Matteo Salvini, los líderes de M5S y Liga-, Conte pasó inesperadamente al contrataque.

Impulsado por la hábil maquinaria de comunicación del M5S, multiplicó las entrevistas a la prensa y las intervenciones en televisión. «Creemos que hay que robustecer su credibilidad ante las instituciones europeas e internacionales», decía esos días una fuente cercana al M5S.

Con ello también se aparcaron algunas reformas patrocinadas por la Liga, como el proyecto de ley para otorgar un mayor autogobierno a tres regiones del rico norte italiano -Véneto, Lombardía y Emilia Romaña-, y otras para facilitar la concesión de contratos públicos a constructoras, así como medidas para volver a poner en discusión la actual ley de divorcio. «Así no podemos seguir adelante. El Gobierno está paralizado», le volvió a decir Giorgetti, considerado la eminencia gris de la Liga.

EL PUNTO DE INFLEXIÓN / No obstante, el gran triunfo electoral de Salvini en las elecciones europeas ha precipitado la tensión entre las dos formaciones gubernamentales. Tras obtener la Liga el 34% de los votos y relegar el M5S en tercera posición -detrás de los progresistas del Partido Democrático-, Salvini ha dejado claro que quiere que los equilibrios internos que se habían establecido anteriormente sean puestos en discusión. «Seguridad y (bajar) los impuestos. Esto será lo primero», dijo la semana pasada el líder legüista.

A todo ello se ha sumado ahora la Comisión Europea, que ha vuelto a pedir a Italia explicaciones sobre sus gastos presupuestarios y el aumento de la ya alta deuda pública italiana (131% del PIB, según Eurostat). Algo que deja abiertas todas las hipótesis sobre el futuro del Gobierno, aunque los analistas apuntan mayormente a una remodelación del equipo de ministros.