China vive estos días una espiral nacionalista provocada por el ajetreado periplo de la antorcha olímpica. Tras alentar el patriotismo con mártires e iconos, Pekín intenta frenarlo por temor a que se desboque. Jin Jing ha relevado en atención mediática a las cinco niñas chinas quemadas vivas en la revuelta del Tíbet. El relevo parisino de Jin, minusválida, tiene una fuerza icónica insuperable: zarandeada y golpeada por manifestantes tibetanos, resguardada la antorcha bajo su cuerpo mientras grita dónde está la policía, y salida del desigual combate con lágrimas y el labio magullado, pero digna y victoriosa, aferrada al fuego olímpico entre los vítores de la comunidad china.

Jin atrae ahora el foco del nacionalismo chino como símbolo de la resistencia a los agentes extranjeros que persiguen la ruina olímpica. "El ángel sonriente en silla de ruedas", "la heroína que protegió la antorcha con su cuerpo", se lee en los blogs y en la prensa. Si en Occidente se ve a China solo como un país represor, los chinos se creen hostigados con saña por el exterior.

Internautas chinos han creado una web (www.anti-cnn.com) y una canción que denuncian las "manipulaciones" de la CNN, en la picota después de que un comentarista les definiera como "mentecatos y matones" y les acusara de exportar "chatarra con pintura de plomo y comida envenenada para mascotas". La ola nacionalista es palpable en la red, donde los internautas acompañan su nick (nombre) de un corazón rojo y la palabra "China".

CALENTAR Y CONGELAR El Gobierno, preocupado por la dimensión de las protestas, intentó embridar el viernes el fervor patriótico. Pekín tiene experiencia en calentar el nacionalismo y congelarlo cuando se desboca, como ocurrió en las manifestaciones frente a la embajada japonesa en el 2005.

Pero esta vez puede no bastar con detener la maquinaria propagandística, como apunta el analista David Zweig: "Se les ha ido de las manos, ya no pueden controlar a los ciudadanos". La razón es que la ira no solo nace de la manipulación inherente a toda dictadura, sino de razones objetivas bien visibles.

Tras siglos de encierro, los chinos esperaban que el mundo compartiría su entusiasmo por la apertura que suponen los JJOO. Hoy entienden el hostil recibimiento a la antorcha y los gritos de "China avergüénzate" como si se les cerrara la puerta. Los chinos vuelven a mirar hacia sí mismos. "Las críticas han extremado las diferencias entre China y Occidente, ahora muy demonizado", dice Charles Burton, exdiplomático canadiense.

GOBIERNO MAS FUERTE La imagen internacional del Gobierno sale tan masacrada como fortalecida la interna. Chinos normalmente críticos cierran hoy filas con el Gobierno, que ha presentado el asunto olímpico como un "nosotros contra ellos". Según los expertos, nunca el Gobierno estuvo tan fuerte, firmemente sostenido por el acoso a la antorcha, los llamamientos al boicot olímpico y los "prejuicios" de la prensa.