Entre el Palacio Nacional y el cuartel central de la policía, docenas de brazos negros lanzan por el aire una y otra vez al más viejito y menudo de los militares rebeldes, que se las ve y se las desea para mantener en alto y apuntando hacia el cielo su trabuco. Con un casco que se le va de lado, la barba cana de varios días y una sonrisa de palmo, el hombre concentra el homenaje del pueblo, que se ha lanzado a la calle para aclamar a los libertadores.

Apenas un día después de lo prometido, los exsoldados han entrado en Puerto Príncipe y una multitud enfervorizada de decenas de miles de haitianos los acoge como a los héroes que echaron al presidente traidor. Los gritos de júbilo y los cantos acompañan la marejada humana: "¡Aristide, caca; viva Guy Philippe!". Es la gran fiesta de la liberación. Impresionante, colorida como ninguna. Los dirigentes de la oposición política aparecen por la televisión, que ha cambiado radicalmente sus programas, para anunciar que "hoy sí empieza el Año Nuevo".

La gente se pone su mejor camiseta y se lanza a la calle, pulgares en alto, brazos abiertos, signos de victoria. Bajo el sol radiante está todo el mundo, riadas de amplias sonrisas blancas bajan por las calles en busca de los insurgentes y casi aplastan entre abrazos a los hombres de uniforme de camuflaje. Sobre todo las chicas y los jóvenes tratan de encontrar bajo los cascos la cara aniñada del hombre que ha tomado el país. Y el grito se multiplica: "¡Guy Philippe, Guy Philippe, Guy Philippe!".

Difícil será apartar a los vencedores, como pretende la oposición pacífica , de la mente popular y del futuro político de Haití. El cortejo de los paladines pasa primero por la comisaría del barrio residencial de Petion Ville, ayer chamuscada, y la zona queda vibrante de vítores y aplausos. La multitud crece, pese a que los guardias del puesto aclaran: "Ya se han ido, ya se han ido". Docenas de automovilistas que no cesan de tocar el claxon y millares de peatones saltarines corren avenida abajo para desembocar en la gran plaza central.

Los comercios están cerrados, los mercadillos callejeros también andan de fiesta y los coches hacen cola ante las pocas gasolineras abiertas. Las camionetas deambulan atiborradas de jóvenes, uno de los cuales siempre agita una pequeña bandera haitiana para recibir el aplauso de los viandantes.

´Chimeres´, escondidos

Las furgonetas de la policía patrullan sin necesidad y exigen a bocinazos la prioridad de siempre. "Hoy están muy valientes", se burlan algunos. Otros van cantando: "Los chimeres se han escondido; chimeres , os vais a cagar; ja, ja, ja". Pero en alguna esquina, los más vigilantes advierten: "¡Cuidado, den media vuelta, están por ahí!".

Las ramblas humanas inundan hasta el mar el centro de la capital; rodean, sin apenas mirarlo, el palacio presidencial, en cuya puerta destacan las figuras de varios marines de EEUU. Los rebeldes están ahora en el cuartel central de la policía, al otro lado de la plaza, y millares de haitianos se suben a los camiones y a los techos de los autos tratando de ver a los exmilitares. En el interior, Louis Jodel Chamblain, antaño jefe de los paramilitares, afirma: "Vamos a defender la democracia. Estamos con el pueblo". Dice no tener miedo de represalias, ni siquiera él, que hace años mató a tantos, y también sonríe: "Ya ves cómo nos quieren". La gente entona nuevos reclamos: "¡Se ha ido el tirano, pero aún así hay que juzgarlo!".