La chaqueta, lejos; las mangas de la camisa, subidas hasta la mitad del antebrazo, y el tono, rozando y llegando a alcanzar la euforia. Barack Obama resucitó ayer al orador apasionado que fue capaz de movilizar, ilusionar y emocionar a un país y al mundo y, en un mitin ante unas 8.000 personas en el Centro Patriota de la Universidad George Mason, en Virginia, lanzó en 20 minutos el más entusiasta y esperanzador discurso sobre la reforma sanitaria, que se enfrenta mañana a una votación definitiva en el Congreso: "¡Vamos a hacer historia!", clamó el presidente de Estados Unidos. Y con su grito llevó a su entregada audiencia al éxtasis.

Fuera del recinto, un reducido aunque vociferante grupo de miembros del movimiento ultraconservador Tea Party protestaba contra la reforma. Dentro, mientras, volvía a escucharse, con una fuerza y una fe que hacía mucho que se habían evaporado, el yes we can , ese sí se puede que su campaña metió para siempre en el lenguaje político.

DEJAR HUELLA Obama, dejando de lado las complicadas maniobras estratégicas y de proceso que se estaban produciendo a solo unos kilómetros de distancia en la capital y que aún debían continuar las siguientes 48 horas, apeló al entusiasmo asegurando que "no solo podemos permitirnos hacer esto aprobar la reforma: no podemos permitirnos no hacerlo". "No os rindáis, no abandonéis --exhortó a sus oyentes--. Vamos a sacar adelante esto, vamos a hacer historia, vamos a arreglar el sistema sanitario en Estados Unidos con vuestra ayuda".

Obama es consciente de la trascendencia de la reforma, a la que ha dedicado en sus primeros 14 meses en la Casa Blanca más tiempo y esfuerzo que a ninguna otra de sus prioridades. Sabe que, además de enfrentarse a un examen sobre su propia presidencia, está a punto de dejar huella en la historia. Quizá por eso recurrió a una cita de uno de sus predecesores, el republicano Theodore Roosevelt, para recordar a los estadounidenses que "luchar con constancia por lo correcto es la práctica más noble en este mundo".

HIPOTESIS DESOLADORA Sabe también que cabe la posibilidad de que algo se tuerza mañana, cuando la Cámara baja del Congreso tiene previsto votar la última propuesta legislativa, o cuando el Senado dé después su conformidad, un mero trámite. Ayer se atrevió a usar una hipótesis que ningún otro demócrata osa poner en palabras: "Si este voto fracasa..." El desolador panorama que dibujó en ese escenario no es suficiente para convencer a los congresistas indecisos, pero sí para revelar las injusticias del actual sistema sanitario: "La industria de seguros continuará enloquecida --auguró--, seguirá negando cobertura y cuidado a la gente, seguirá subiendo las pólizas un 40, 50 o 60%". "Y es que --dijo-- en el núcleo de este debate radica la cuestión de si vamos a aceptar un sistema que funciona mejor para las compañías de seguros que para los norteamericanos".

Obama está absolutamente involucrado en las negociaciones de última hora que decidirán el futuro de la sanidad en el país. Habla con congresistas demócratas para convencerles de que den su voto a la propuesta o para asegurarse de que los que ya la apoyan no cambien de opinión. Y ha invitado esta tarde a la Casa Blanca a los 253 representantes de su partido en la Cámara baja.

La presión no puede bajar porque las matemáticas políticas aún no son definitivas. Los demócratas necesitan mañana 216 votos para pasar la propuesta legislativa, que incluye tanto la ley a la que dio luz verde el Senado en diciembre como enmiendas y cambios presentados el jueves. Por más que Nancy Pelosi, líder del partido en la Cámara baja, asegurara ayer que "cuando la ley se presente a votación se producirá una victoria significativa para los ciudadanos", los 216 votos aún no estaban asegurados al cierre de esta edición, aunque varios demócratas, incluyendo moderados del grupo conocido como Blue dogs , hubieran decidido dar el cuando en noviembre dieron el no a la propuesta de su Cámara.