Samalis se encoge de hombros y dice que no sabe, que podría ser una semana o podrían ser más, que él hace lo que puede pero que el proceso es muy lento y difícil porque no tienen muchos materiales ni recursos con los que trabajar, y que, en total, por inspeccionar, quedan aún unas 300 casas quemadas.

«Llevo aquí cinco días, diez horas al día, yendo casa por casa. Entro entre los escombros y rebusco con un palo. Me he encontrado con tres cuerpos. Esto es horrible pero ¿qué puedo hacer? Es mi trabajo», dice Samalis, bombero y miembro de los equipos de rescate desplegados, estas semanas, en los pueblos de Mati y Rafina, los más afectados por los incendios de este lunes. Busca las decenas de personas que aún están desaparecidas. El Gobierno dice que su número es indeterminado y los medios griegos hablan de entre 100 y 150.

Samalis está haciendo ahora un pequeño descanso y aprovecha para fumarse un cigarrillo. Se cuida, por supuesto, de no tirar ni las cenizas ni la colilla al suelo, aunque si lo hiciese tampoco pasaría mucho ni complicaría más las cosas: Mati es ahora un esqueleto gris y chamuscado.

Lugar de vacaciones de muchos atenienses, Mati era hasta el lunes un pueblo lleno de jubilados y pensionistas con casas de verano construidas, en muchas ocasiones, por sus mismos propietarios sin planificación urbanística ni nada que se le parezca. La maleza y los pinos, antes, reinaban aquí; muchas de las casas del pueblo estaban hechas de madera. Un polvorín preparado para los fuegos artificiales de verano. Una tragedia anunciada, dicen ahora muchos.

Todo perdido

Todo cambió el pasado lunes. Al mediodía se declaró un incendio al este de Atenas y los bomberos se desplegaron allí. Por la tarde, unas horas después, empezó otro al norte de Mati —30 kilómetros al este de Atenas.

Las llamas, auspiciadas por el viento y carbonizando todo a su paso, galoparon hacia los barrios residenciales. No hubo orden de evacuación, y los vecinos escapaban como podían hacia el mar. Muchos no lo consiguieron: en total, hasta este viernes, han sido encontrados 87 cadáveres. Algunos murieron ahogados en el agua o al despeñarse por los acantilados que dibujan la costa de Mati. Otros en sus casas, devorado por las llamas.

«No sabemos cuanta gente puede quedar enterrada bajo los escombros, pero seguramente sean varias decenas. Estaremos aquí muchas semanas más trabajando. La cifra de muertos sobrepasará los 100. Estamos seguros», explica una policía destinada a la zona del fuego. Ella, a diferencia de Samalis, no entra en las casas quemadas, sino que va detrás de los que lo hacen mientras apunta en un formulario y suma muertos.

Días después, el vacío

Mati y el norte de Rafina son un recuerdo vago de lo que fueron. Los vecinos que tienen otras viviendas se han ido; los que vivían aquí están en hoteles, que han abierto sus puertas a los damnificados. Las calles, tras el fuego, son puro carbón y ceniza; y el asfalto aún guarda las huellas de los coches que, atrapados en el caos, acabaron derretidos. Muchos pinos han quedado en pie, pero han perdido todas sus ramas y se han quedado reducidos en esculturas compactas de brasas que aguantan derechos de milagro.

Todo el mundo se ha marchado. «Ya no podemos más. Llevamos unos días horribles. Casi pierdo a mi familia, a mi nieto de seis meses. Mira como ha quedado nuestra casa. Por favor, basta. Ahora solo queremos calma y que nos dejen en paz», dice un vecino, y señala su antigua vivienda: antes era blanca y de dos pisos pero ahora ya no.

Por las calles de Mati, ahora, solo pasan coches de bomberos, policía y ambulancias, que transportan a la morgue los restos que se encuentren de cadáveres quemados. Varios equipos de rescate peinan los peñascos frente el mar. Miran hasta debajo de las rocas y ramas sumergidas en el agua y su silencio pesa toneladas: en el aire no se oye ni el sonido de las cigarras.

La atmósfera agobia y solo se rompe a veces, cuando se oye, a lo lejos, el sonido de un bulldozer remover escombros. Los vecinos que vinieron durante los primeros días tras el incendio ya no quieren volver más. El pueblo está vacío. Buscan respuestas a su drama; buscan reponsables.

Llover sobre quemado

Las penurias, sin embargo, no terminan. Este jueves al mediodía llovió tanto en Atenas que en el norte de la ciudad hubo varias inundaciones. Los servicios de emergencia recibieron más de 140 llamadas de auxilio. Muchos coches fueron arrollados y quedaron atrapados por el torrente de agua y el barro.

Harán falta meses para reparar tanta destrucción. «La gente que lo ha perdido todo necesita ayuda constante para dos o tres meses más. Como mínimo, o incluso más tiempo. Hay vecinos que se han quedado sin absolutamente nada; y lo peor es que el Gobierno no mueve un dedo para ellos. Somos nosotros, voluntarios y gente corriente, los únicos que les damos asistencia», dice Constantinos, voluntario en un almacén de alimentos y productos de primera necesidad en Rafina.

«Pedimos ayuda»

De los 187 heridos por el fuego, 51 siguen hospitalizados. De estos, 11 están en estado crítico. «Hay cientos de personas que necesitan nuestra ayuda. Recibimos productos de todos los negocios cercanos. Ha venido a ayudarnos gente de toda Grecia, y hasta un grupo de refugiados sirios», dice María, coordinadora del almacén.

El Gobierno ha anunciado un paquete de ayudas económicas para los afectados: 10.000 euros y un puesto de funcionario a los familiares de fallecidos —para los que lo quieran—, 5.000 a la gente cuyas viviendas han sido destruidas y 8.000 por cada negocio quemado. Pero el agua y la electricidad, en Mati y el norte de Rafina, no volverán hasta, como mínimo, dentro de dos meses. Hectáreas donde antes había casas serán convertidas en bosque. Se ampliarán las carreteras y las evacuaciones al mar y reharán los planes de rescate. Tarde.