Los Guardianes de la Revolución, el cuerpo de seguridad más poderoso de Irán, amenazó a los opositores que rechazan el fraude electoral del 12 de junio con "emplearse a fondo" contra ellos, si continúan las protestas. No fue necesario que lo hiciera ayer, pues el movimiento popular está encontrando dificultades para organizarse y retomar la ofensiva, ante lo que parece un vacío de liderazgo. Un amplio operativo conjunto de la policía antidisturbios y los basijs logró dispersar ayer con botes de humo y gases lacrimógenos al millar de manifestantes concentrados en la plaza de Haft-e-Tir.

En contraste con la afirmación del líder supremo, Alí Jamenei, de que el resultado de la elección debía ser aceptado sin reservas, el Consejo de Guardianes, el órgano encargado de supervisar los comicios y que ha recibido crecientes críticas por su parcialidad hacia el presidente Mahmud Ahmadineyad, tuvo que admitir las pruebas más flagrantes de que hubo manipulaciones en el proceso electoral.

En el poblado de Taft, provincia de Yazd, por ejemplo, hubo una participación del 141% de la lista de votantes. Pero el Consejo consideró necesario poner límite a las denuncias: "Las estadísticas que dan los candidatos quejosos, que aseguran que más del 100% de los ciudadanos elegibles votaron en 80-170 ciudades, no son exactas. El incidente ocurrió en 50 ciudades". Y esto afecta a 3 millones de votos, lo que no alteraría a la victoria de Ahmadineyad en primera vuelta. El órgano no hizo referencia a sitios con índices improbables de participación del 90%-95%.

GRIETAS EN LA CUPULA Fuera de las calles, la disputa parece enconarse más. Diversas páginas web están dando pistas no confirmadas sobre grietas en la cúpula del régimen que se siguen abriendo. Ali Hashemi Rafsanyani, aliado del candidato reformista Mirhusin Musavi, expresidente, gran ayatolá y presidente de la Asamblea de Expertos (el órgano que designa al líder supremo de Irán y que lo puede destituir), ha pasado una semana en la ciudad sagrada de Qom reunido con importantes clérigos que integran dicha Asamblea. Según el sitio Peiknet.com, Rafsanyani habría reunido ya las firmas de 40 de sus 86 miembros que piden la anulación de las elecciones.

Durante la campaña electoral y la primera semana de manifestaciones, los grupos de simpatizantes de Musavi habrían actuado con gran independencia y espontaneidad. Para Musavi y sus aliados políticos, que juegan bajo las delicadas reglas del régimen islámico, resultaba conveniente no aparecer como incitadores directos de las protestas. Esta actitud parece haber tenido costes en los últimos días, cuando la represión generalizada ha puesto contra las cuerdas a los opositores y estos necesitan respuestas que solo puede generar un liderazgo sólido.

El domingo solo se realizaron actividades aisladas de protesta. El lunes, una convocatoria tardía a la manifestación y redes de comunicación deficientes se tradujeron en la asistencia de solo un millar de personas.

Los responsables de diseñar el operativo de represión no parecen haber aprendido de sus errores del sábado y montaron el mismo, sin cortes de tráfico y con grupos de policías y basijs que cambiaban de posiciones de manera confusa e indisciplinada. Salvo cargas aisladas, algún bote de gases lacrimógenos y varios arrestos, con gritos, empujones y amenazas fueron suficientes para dispersar la protesta.