Del 3 al 12 de noviembre, cualquier persona puede ver bailar a las gueisas de Kioto (o geiko) por el módico precio de 3.500 yenes (25 euros). La oportunidad la brindan las representaciones de las Gion Odori (danzas de Gion), una de las cinco ocasiones al año en las que salen al escenario. Las otras cuatro son en primavera, así que si alguien desea ver en otoño a estas reliquias vivientes en acción, y no es una persona con buenas conexiones y billetero abultado, tiene que ir al teatro Gion Kaikan o cenar en uno de los hoteles que ofrecen breves actuaciones.

Ahora bien, si de lo que se trata es de ver de cerca y fotografiar a una maiko (aprendiz de geiko), le bastará con pasearse por el barrio de Gion poco antes del atardecer, eso sí, con la atención de un cazador que espera a que salte la liebre. Y es que, aunque saben que son un reclamo turístico, las maikos no se ofrecen a posar, que para eso ya están las sesiones organizadas, en que los interesados pagan por el derecho a retratarlas junto a los arces enrojecidos o bajo los cerezos en flor. Cuando uno menos lo espera, ellas aparecen en la calle, enfundadas en sus costosos quimonos y con las caras cubiertas de maquillaje blanco, saliendo o entrando de su okiya (casa para la que trabajan y donde viven) o en apresurados desplazamientos entre los locales donde han sido contratadas. Así que si uno quiere inmortalizarlas debe tener la cámara bien preparada.

Sus apariciones fugaces contribuyen a mantener el misterio que envuelve todavía la vida de estas mujeres. Se sabe quiénes son, dónde están y hasta qué hacen y qué no hacen, pero siempre queda esa duda, ese morbo que solo pueden satisfacer unos pocos privilegiados. A los demás les queda el mito que han contribuido a fomentar el cine y la literatura, unas veces con más acierto que otras. Según la fundación que agrupa los cinco hanamachi (distritos de geiko) de Kioto, el filme Memorias de una Geisha (basado en la novela de Arthur Golden), ha sido la última contribución al equivoco de que las gueisas son prostitutas víctimas del tráfico de mujeres. Ellas insisten en que son expertas en el arte de entretener a base de su sofisticada apariencia física, su conversación y sus dotes como músicas y bailarinas.

Hacerse gueisa supone iniciar una vida basada en la abnegación y en códigos de conducta todavía más estrictos que los que rigen para el resto de los japoneses. Por eso, la modernización de Japón ha supuesto un constante declive del número de geiko, que si en 1965 eran 500 en Kioto, ahora no pasan de 200.

Ahora, para promover su negocio y deshacer malentendidos, las okiya se han decidido a usar internet y son ya varias las que tienen página en la red para explicar su sistema de contratación. Pero la gran sensación la ha causado la bitácora de Ichimame, una maiko de 18 años que explica sus experiencias y que dice haber atraído una media diaria de 1.000 visitantes.