El presidente de EEUU, George Bush, advirtió, tras los atentados del 11-S en Nueva York y Washington, de que la guerra contra el terrorismo iba a ser larga. Lo que no dijo es que también se iba a librar en la sombra y que iba a ser sucia. Tan sucia como que desde entonces, miles de estadounidenses han sido espiados sin autorización judicial, se ha recluido indefinidamente a inmigrantes sin cargos, se han legitimado la tortura y los malos tratos, se ha secuestrado a sospechosos de terrorismo, se les ha trasladado en vuelos secretos y se les ha encerrado en cárceles clandestinas por todo el mundo.

La Casa Blanca nunca ha reconocido oficialmente estos hechos, pero sí los ha justificado indirectamente, amparándose en el argumento de la defensa propia en tiempos de guerra.