Por la fuerza, la pobreza, el contexto cultural, la violencia intrafamiliar o una combinación de todas estas causas, 17.778 menores han formado parte del conflicto armado colombiano durante los últimos 60 años. Actualmente, los niños siguen siendo parte de una guerra que parece no tener fin. Varios adolescentes que pasaron parte de su niñez en el frente y ahora se encuentran en proceso de reinserción desvelan a El Periódico sus vivencias, con motivo del Día Internacional contra el uso de niños soldado (12 de febrero), también conocido como el Día de las Manos Rojas.

«Yo le diría a la sociedad que no nos excluya. Somos seres humanos que hemos cometido errores, como casi todos. Y que necesitamos una segunda oportunidad, que no nos la niegue», reclama Alejandro, de 19 años. Él pasó cuatro años y medio enrolado en las Fuerzas Armadas Revolucionarias-Ejercito Popular (FARC-EP), en el departamento colombiano de Arauca. Fue liberado debido al proceso de paz y ahora vive en una casa de acogida gestionada por los Salesianos. Inmerso en un Proceso Administrativo de Restablecimiento de Derechos (PAR), que depende del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), mediante el que se le restituyen sus derechos fundamentales, se está formando para conseguir uno de sus sueños, ser mecánico de automóviles.

Hasta el 2017 formaba parte de los 300.000 niñas y niños que, según Unicef, participan activamente en conflictos armados que tienen lugar alrededor del mundo. Menores que, por la coyuntura familiar, social o política en la que viven se ven abocados a formar parte del engranaje de la guerra, convirtiéndose en soldados. En víctimas de una situación que les hace sufrir abusos, vivir el horror y ejercer la violencia, causándoles trastornos psicológicos difíciles de superar, que marcan para siempre sus vidas.

A pesar del acuerdo de paz con las FARC-EP, el conflicto sigue muy vivo, están en activo las disidencias de las FARC-EP, las Bacrim o grupos criminales que son en su mayoría herencia del paramilitarismo, y el ELN. A los que hay que sumar una pequeña parte de la vieja guardia de las FARC-EP, que ha vuelto a las armas por considerar deficiente la aplicación de los acuerdos del proceso de paz. Todos reclutan y tienen niños en sus filas. En el 2018, se documentó por parte de la ONU el alistamiento de 293 niños en el conflicto colombiano. Se incrementó un 73,3 % respecto al año anterior, en el que se enrolaron 169. Aunque seguramente fueron muchos más, porque las amenazas que reciben provocan que los familiares desistan de denunciar.

‘Caso 007’

‘Caso 007’Según un informe del Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia, se estima que 17.778 niñas, niños y adolescentes fueron reclutados durante los últimos 60 años. Para evitar la impunidad, el 6 de marzo del 2019 la Jurisdicción Especial Para la Paz tomó cartas en el asunto, abriendo el 'caso 007', para investigar los reclutamientos y la utilización de menores en el conflicto colombiano.

Los niños y adolescentes, por estar en el último escalafón de la jerarquía del grupo, suelen ser los primeros que avanzan en el frente. «Los mandos utilizan a los niños solo de carnada, cuando hay un combate los niños siempre van primero. Ellos se creen que es un juego», comenta Andrea, que ingresó voluntariamente a los 13 años en un grupo armado escapando de los abusos sexuales de su padrastro. Suscribe sus palabras Jesús. Tiene 18 años y pasó cuatro en la guerrilla. «Mi trabajo -dice- era el de ser combatiente. El que saca el pecho para combatir, siempre iba el primero al no tener rango, cuando no había combate 'ranchaba' [labores propias de un rancho, como hacer la comida] y prestaba guardias». Además de acarrear con las tareas más ingratas, un menor cuando está instruido puede desempeñar las mismas funciones que un adulto en un grupo armado, incluso puede recibir ordenes de matar a una determinada persona o a un compañero suyo que ha infringido alguna norma.

«Los momentos más duros que viví fue ver morir a compañeros con los que yo compartí mucho tiempo, que fueron asesinados por los mismos integrantes de la compañía. En gran parte, yo tuve que colaborar en ello. Los que fueron ejecutados trataron de dar información a la fuerza nacional, y es un delito muy grande, que conlleva el fusilamiento», apunta Mikel cuando habla de las vivencias que marcaron su paso por el Ejercito de Liberación Nacional (ELN), en el cual ingresó a los 14 años para convertirse en escolta del comandante y especialista en explosivos.

Otra función especifica de los menores, indica Gloria Isabel Villegas, trabajadora social de la casa de acogida de los Salesianos, «es la de ser informantes, porque los niños pasan desapercibidos. Viven en su casa, donde están al tanto de quién llegó al pueblo, a qué llegó, qué familia se fue, de qué están hablando en el pueblo, qué están diciendo en la radio. Ellos tienen que ir cada cierto tiempo con la guerrilla e informar». Estos niños reciben un entrenamiento muy especializado para desarrollar sus funciones. Son conocidos como los 'pisa suave', y están instruidos para colocar bombas, robar, infiltrarse sin ser detectados. Su entrenamiento consiste en aprender a no dejarse ver, son muy ágiles, cautos, observadores, y son los niños que la guerrilla recluta más pequeños.

Abusos sexuales

Abusos sexualesLas niñas son abusadas sexualmente. Aunque sea consentida la relación, por el hecho de ser menores está considerado un abuso sexual. Según Óscar Palma, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad del Rosario en Bogotá, «muchas veces las mujeres y niñas sirven como acompañantes sexuales de los comandantes o de las personas con rango en el frente, hay una gran cantidad de abusos sexuales. Y muchas historias de abortos forzosos. Si la persona queda embarazada es obligada a abortar, eso genera un trauma psicológico tremendo en la mujer. El abuso de los mandos está documentado, es evidente, es profundo, y los abortos forzosos es uno de los temas de violación de derechos humanos considerados crímenes de lesa humanidad».

Las mujeres que han logrado tener un hijo en la guerrilla son muy pocas, y han tenido que hacer lo imposible para conseguirlo. Como la madre de Yonatan, de 18 años, que ingresó a los 10 en la guerrilla para eludir el maltrato que sufría con su familia adoptiva. Su madre biológica es una guerrillera, que se libró del aborto o la condena a muerte por ser pareja de un comandante que la protegió. A escondidas fue liberada durante unos meses para que tuviera el hijo en una finca alejada del frente. Nada más parir, lo dio en adopción, y volvió a las armas. No lo pudo volver a ver hasta 17 años después, cuando su unidad coincidió con la de su hijo durante unas maniobras. «Cuando me tocó conocer a mi madre fue un momento muy difícil para mí. Era un viernes que estábamos en una quebrada, donde hacía mucho viento. El comandante me hizo hablar con mi mamá, porque yo no la quería ver. Ella me preguntó llorando por qué había ingresado, yo le dije que cada uno toma su decisión».

Con el terror dibujado en la cara, Andrea relata como fue su peor día en el frente: «Yo vi morir a mi comandante. Vi cómo lo mataron, es algo que nunca se me ha borrado de la mente. A veces sueño con eso, a veces me acuerdo y me pongo a llorar. Yo lo quería mucho. Él era mi cuñado, el marido de mi hermana. El que lo mató era mi novio. Pasó porque mi novio se quería escapar. Me tocó irme con él, me quitó el fusil y me dijo que si no me iba con él me mataba».

La mayoría de los menores ingresan en la casa de acogida con estrés postraumático. Tienen dificultades para conciliar el sueño, constantes terrores nocturnos y pesadillas. «Ellos sueñan con que todavía están en el grupo armado, que los están persiguiendo, que los van a matar. Pero sobre todo sueñan con todas las personas que dieron de baja, a quienes mataron, como lo nombran ellos, sueñan con sus muertos», cuenta Alejandra Vallejo, la psicóloga de la casa de acogida. Y añade: «Es un temor muy grande para ellos revivir de nuevo todo lo que hicieron en el grupo armado, eso no los deja descansar, ni dormir. Muchos jóvenes sienten la necesidad de seguir matando, de seguir operando, y eso también les genera un estrés postraumático, porque en cierto modo hay un tipo de abstinencia en una conducta que ha regulado su vida desde siempre, sobretodo en los más chiquitos».

Infancia robada

Infancia robadaPara lo menores que han formado parte de grupos armados del conflicto colombiano es imposible recuperar la infancia robada. Y muy difícil volver al lugar donde se criaron, debido a las amenazas de muerte que se ciernen sobre ellos. «A mí, me gustaría mucho volver a mi pueblo, pero también lo pienso muy bien, por ahí yo no vuelvo, porque si vuelvo me pueden matar. Y no me arriesgo», se lamenta James, que ya está haciendo prácticas en un supermercado después de formarse como técnico en logística de almacén.

La casa de acogida de los Salesianos, en colaboración con el ICBF, les brinda una gran oportunidad para hacer borrón y cuenta nueva, que no quieren desaprovechar. Después de dos años, Rosa sale la semana que viene con el bachiller completado y con el título de técnica de confección. Tiene pensado seguir estudiando en la universidad gastronomía para conseguir su objetivo, ser chef profesional y crear una familia. Ingresó en la guerrilla a los 15 años como solución a la precariedad que se vivía en su casa. «No había economía para las tres comidas del día». Ahora, junto a sus compañeros, mira el futuro con esperanza, y cree que «toda persona que empuña un arma no se debe quedar ahí, que siempre debe mirar cómo salir adelante, que aquello lo vea como una aventura más en su vida. Todos tenemos una oportunidad: debemos de buscar y aprovechar esas oportunidades, nunca estamos solos, siempre contamos con alguien que va a estar a nuestro lado».