Dos años y medio después de ganar las elecciones y 15 meses después de conquistar el poder absoluto en Gaza, los islamistas de Hamás empiezan a perfilar su modelo de Estado. En Hamastán , como lo llaman despectivamente los israelís, impera una obsesión casi soviética por el control y la seguridad, que afecta sobre todo a la libertad de prensa y de asociación.

Pero a la vez se han desterrado los peores vicios del reinado de Al Fatá, como la corrupción a gran escala, la ineficiencia y la laxitud frente a los clanes armados. Y en cuanto al tema de la islamización, ninguna ley bajo un clima de creciente intolerancia. La situación de anormalidad que vive la franja --estrangulada por el bloqueo israelí, sin ayuda externa y presa del enfrentamiento entre Al Fatá y Hamás-- aporta a los islamistas argumentos para justificar su autoritarismo.

En la franja no se puede convocar una manifestación o celebrar una asamblea sin la venia de las fuerzas de seguridad. Los extranjeros tienen que registrarse obligatoriamente al llegar a la franja. Y desde esta misma semana, la seguridad interna recorre los hoteles, las fábricas y los negocios recopilando los detalles de todos los empleados.

ATAQUES A LA PRENSA "Hamás sufre el mismo síndrome que Yasir Arafat. Necesita demostrar que es el poder soberano. Para cualquier cosa, debes dirigirte a ellos", afirma Isam Younis, director de la oenegé de derechos humanos, Al Mezan. La prensa lo está sufriendo de manera especial. Varios medios han sido amenazados y dos diarios pro- Fatá, ha sido prohibidos.

Aunque lo mismo ocurre en la Cisjordania que dirige el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbás: la prensa de Hamás está vetada. Los profesionales de los medios de comunicación sobreviven con la autocensura.

"Hamás sospecha de todo el mundo. Es parte de su naturaleza. En 20 años han pasado de ser una milicia secreta a un gobierno-milicia", dice un periodista de la franja. La obsesión por el control tiene un lado positivo: la seguridad. Ya nadie teme que le secuestren o le peguen un tiro. Las armas, omnipresentes con la Autoridad Nacional Palestina, han desaparecido de las calles.

Para consolidar su autoridad, los islamistas de Hamás no han dudado en poner a su gente en los principales puestos de mando. "Por lo menos estos hacen exámenes o nombran a gente con formación", dice el economista Omar Shaban, un crítico acérrimo de toda la clase política. "Al Fatá ponía a los peores. Mandaban un embajador a Bulgaria porque estaba enamorado del país u otro a Japón que no sabía siquiera hablar inglés".

A su favor, Hamás puede apuntarse un elevado grado de eficiencia y organización. "Si llamas a la policía, en 10 minutos la tienes en casa. Antes tardaban horas o no venían", dice el psiquiatra y respetado mediador Iyad Sarraj. Además, con ellos, que necesitan sacar dinero de donde sea, se vuelve a pagar impuestos. Incluso han creado tasas nuevas para los cigarrillos de contrabando o los pozos de agua familiares. "Al Fatá dejó de cobrarlos porque tenía dinero externo y poca fuerza para imponerlos. Con Hamás es distinto. Se quedan en tu puerta hasta que pagues", afirma el periodista.

INSULTOS EN LA CALLE En cuanto a la islamización, es evidente que Hamás --miembro de la fundamentalista Hermandad Musulmana--, lo considera un proyecto más bien a largo plazo. Gaza era ya antes de su llegada al poder un lugar muy conservador, sin cines ni bares. Hasta ahora los islamistas han evitado legislar. Pero el clima es propicio para la intolerancia. Algunas mujeres sin hiyab (el velo islámico) son insultadas en las calles, y la policía se acerca cada vez más a las parejas para preguntar si están casados. "Mientras más encerrados y aislados estemos, menos opciones para dar marcha atrás", concluye el periodista.