Aislado por Occidente, ninguneado y temido por la mayoría de los países árabes y debilitado internamente por la pugna con Al Fatá y la crisis económica, el Gobierno de Hamás se encuentra contra las cuerdas cuando aún no ha cumplido un mes en el poder. Aunque por mucho que Israel bombardee Gaza, que Estados Unidos y la Unión Europea (UE) apliquen sanciones económicas, que el juego de los múltiples sectores de Al Fatá azuce el fantasma de la guerra civil y que Egipto y Jordania lo humillen diplomáticamente, el apoyo popular que llevó a Hamás a la victoria electoral continúa muy alto.

Fuentes de Hamás han admitido que esperaban el rechazo de Washington, pero confiaban en que la Unión Europea se conformara con la tregua con Israel que ha respetado desde hace más de un año. Pero las tres condiciones del Cuarteto de Madrid (la ONU, EEUU, la UE y Rusia) --reconocimiento de Israel, renuncia a la violencia y respeto a los acuerdos firmados desde Oslo-- se han convertido en tres pesadas losas que Hamás ha intentado desviar sin convencer a nadie.

La consecuencia es la crisis económica en los territorios. Hamás heredó de Al Fatá una deuda de 1.300 millones de dólares (1.053 millones de euros o 175.000 millones de pesetas) y afronta que Israel retenga los 40 millones de euros mensuales de impuestos que recauda en nombre de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). El fin de la ayuda directa de EEUU y la UE y el rechazo de los bancos a tratar con la ANP por miedo a represalias de EEUU dibujan un panorama preocupante en el que los sueldos de los 140.000 funcionarios públicos están en el aire.

Hamás prometió que la ANP sobreviviría sin el dinero de Occidente, pero la realidad es más dura, ya que a la mayoría de los países árabes y musulmanes no les gusta el Gobierno islamista. El ministro de Exteriores egipcio se negó a recibir a su homólogo palestino y Ammán le prohibió la entrada al país alegando un caso de contrabando de armas.

Arabia Saudí impulsa en la Liga Arabe que Hamás adopte la iniciativa saudí del 2002, que implica reconocer Israel a cambio de su retirada a las fronteras de 1967. Algunos países árabes, como Qatar, que son partidarios de ayudar económicamente a la ANP, han sido presionados por EEUU. Sólo Irán y Siria agasajan a Hamás.

El aislamiento internacional y la crisis económica es a lo que se han agarrado varios sectores de Al Fatá para desestabilizar la situación interna, creando inseguridad en las calles. El pulso entre los islamistas y el partido oficialista se ha trasladado al presidente de la ANP, Mahmud Abbás (Abú Mazen ), que intenta retener para la presidencia las máximas atribuciones en perjuicio del Gobierno. Las fuerzas de seguridad, tradicionalmente feudo de la ANP, se han convertido en el campo de batalla.

Ejecutivo en la sombra

Abú Mazen se ha quedado el control de los cuerpos de seguridad y ha nombrado a un director general para controlar el resto, bajo el mando del Ministerio de Interior. Hamás ha anunciado la formación de una fuerza de seguridad formada por milicianos que dependerán sólo del Gobierno. Que cada bando tenga fuerzas de seguridad propias alienta el fantasma de una guerra civil, cuando sectores de Al Fatá no ocultan estar preparando un Gobierno paralelo a la sombra y el primer ministro, Ismail Haniya, acusa a Abú Mazen de diseñar una ANP con apoyo occidental e israelí.

No ayuda a Hamás justificar la muerte de nueve israelís en Tel-Aviv en un atentado de la Yihad Islámica ni nombrar para un alto cargo en Interior a un miliciano buscado por EEUU e Israel por la muerte de tres estadounidenses. Estos hechos eclipsan declaraciones como las de Haniya, que en The Guardian se refería como solución a la retirada israelí a las fronteras de 1967, una forma implícita de reconocer a Israel. Posiblemente sea el paso que dé Hamás.