Ningún rótulo en la puerta ni junto al timbre anuncia qué se oculta detrás de esa verja metálica negra, alta y totalmente opaca, frente a la que hay aparcado un Mercedes morado con los vidrios tintados en negro.

La calle de Naplusa en Damasco está muy tranquila a mediodía. Apenas pasan coches. Tampoco pasan muchos viandantes. Ni siquiera hay demasiados comercios en esta parte del populoso barrio de Al Yarmuk de la capital siria, habitado casi exclusivamente por refugiados palestinos.

Los postes de luz y teléfono están forrados con rostros en blanco y negro, y nombres de voluntarios que murieron en Irak luchando contra las tropas anglo-norteamericanas. "No consideren que los mártires están muertos; ellos viven cerca de Dios", reza con resonancias coránicas el pie de cada uno de los carteles.

ATENTADOS SUICIDAS

Pero en la pared de enfrente de la verja negra y del Mercedes morado hay otro tipo de carteles. Estos últimos, a diferencia de los que pueden verse en el resto de la calle, están impresos a todo color. "Hamas es mi revolución y el símbolo de mi orgullo", proclama uno de ellos. En otros aparecen algunos militantes de Hamas inmolados en atentados suicidas contra intereses israelís.

Este es el único indicador de que tras la verja negra se encuentra la delegación que esa organización radical palestina tiene en Damasco. El Gobierno de Estados Unidos, presidido por George Bush, esgrime la existencia de esta oficina y de otras dos de las milicias palestinas de la Yihad Islámica y de las libanesas de Hizbulá para acusar al Gobierno sirio de dar cobijo y apoyo al terrorismo internacional.

Las autoridades de Damasco rechazan de plano esta acusación. Alegan que, en Siria, esas tres formaciones islamistas extremistas únicamente realizan tareas de información y relaciones públicas.

Después de varias idas y venidas, un contacto de control en la calle y dos llamadas telefónicas, finalmente a media tarde la verja negra se abre.

La cancela da paso a un pequeño patio en cuyo extremo opuesto se abre un zaguán silencioso y desierto. A la izquierda, una escalera mal iluminada conduce al primer piso, donde Abu Jalil recibe al visitante en una habitación de paredes desnudas alumbrada por un fluorescente parpadeante. En la estancia hay una mesa, un ordenador, una silla y dos sillones.

Jalil avisa antes de empezar: atiende al periodista por cortesía, pero recalca que Hamas no habla por su boca. La organización sólo se expresa a través de líderes autorizados y éstos hoy no están disponibles. ¿Y mañana? Tampoco. El periodista puede dejar sus preguntas escritas en un papel y ya recibirá las respuestas.

Pese a ello, Jalil tiene su opinión. Insiste en que la actividad de la delegación de Hamas en Damasco se limita exclusivamente a asuntos políticos, de información y de relación con las representaciones diplomáticas europeas. "Los combatientes están en Palestina", aclara.

SOLUCION SENCILLA

Abu Jalil sabe de la presión que está ejerciendo Washington sobre el régimen sirio para que expulse a Hamas, la Yihad e Hizbulá de su territorio. "Estados Unidos está presionando muy fuerte a Siria, sobre todo desde que invadió Irak, pero Hamas no tiene nada que perder en Damasco: sólo esta simple oficina", dice mientras repasa la estancia.

El militante de Hamas elogia el apoyo del Gobierno sirio a los movimientos de liberación de Palestina. "Apreciamos su respaldo y, por eso mismo, la seguridad de Siria tiene una gran importancia para nosotros. Así que, si el gran problema fuese esta oficina, la solución sería muy sencilla".

Jalil no pronuncia la palabra cierre, pero es evidente a qué se refiere. "No hemos recibido ninguna indicación del Gobierno sirio --asegura--. En todo caso no vamos a oponernos a cualquier decisión que pueda adoptar", añade.