Parque Shahre Naw de Kabul. Primeras horas del mes de Ramadán del año 1430 de la era hegiriana. Entre la concurrencia que descansa tumbada a la bartola en las horas centrales del día --toda ella de sexo masculino-- se halla Shir Hasán, que dormita bajo la sombra de un árbol sobre un césped amarillento con incontables calvas. Shir Hasán cree que el primer día del mes sagrado musulmán constituye la ocasión perfecta para que uno se abandone a sus pensamientos. Durante las siguientes cuatro semanas y pico de ayuno y meditación, la rutina diaria del país se modificará radicalmente. Shir Hasán saldrá de su trabajo a la una de la tarde, reduciéndose su productividad de forma drástica. Entre sus pensamientos, un deseo: "Que un día podamos tomar el control de nuestro país y tratar nuestros propios asuntos". ¿Y las elecciones celebradas el jueves, en las que los afganos tuvieron la posibilidad de elegir a su presidente? "Todo está en manos de los extranjeros; fuimos a votar, pero son los extranjeros quienes eligen".

Desconfianza

Sin que su dedo índice esté marcado por tinta indeleble que identifica estos días a cada votante afgano, por su mente también se cruzan otros pensamientos que destilan gran desconfianza hacia los extranjeros: "Tengo amigos cercanos que han visto cómo los extranjeros entregaban materiales y armas a los talibanes". Los afganos adoran los rumores y las teorías de la conspiración; son expertos en dar certeza a las teorías más inverosímiles. La gran diferencia, ahora, es que son las tropas extranjeras presentes en el país asiático el objeto de esta publicidad negativa, aunque carezca de todo fundamento. Se trata de murmuraciones que esbozan una más que preocupante realidad para Occidente: la enorme pérdida del prestigio de las tropas internacionales enviadas al país y el hartazgo hacia las mismas de buena parte de afganos.

Otro de los acampados por horas en el parque Shahre Naw es Abdul Nasim, taxista de 28 años, quien no parece albergar tanto resentimiento hacia los foráneos. Abdul Nasim sí tiene la certeza de que, si los extranjeros se van, el país volverá a la era oscura de los talibanes y los muyahidines . "Ahora estamos algo mejor", sostiene. Pero contrarresta sus palabras con alguna pulla: "Los extranjeros no se están comportando bien; no dejan a la gente enferma que atraviese sus controles de seguridad; nos cierran las calles cuando sus convoyes tiene que pasar".

Las riquezas

La cabeza de Nuragah, de 44 años, constituye terreno fértil para el arraigo de estas supuestas maquinaciones sobre la presencia extranjera que ha venido a satisfacer su propio interés. "Nuestras riquezas nunca han sido explotadas; nuestro subsuelo es el más rico del mundo y quieren explotarlas; fuimos el único país nunca conquistado; sepa que los británicos han dicho que se quedarán aquí 40 años".