Dilma Rousseff, la candidata de Luiz Inácio Lula da Silva, obtuvo ayer el primer lugar de las elecciones presidenciales brasileñas. Pero los primeros cómputos oficiales parecían llevarla a una segunda vuelta, el próximo día 31. Con el 51,03% de los votos escrutados, Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), llegaba al 43,62% de las adhesiones, frente al 34,9% que obtendría José Serra, del Partido de la Socialdemocracia de Brasil (PSDB).

Si se confirma la tendencia de voto, Marina Silva, la exministra de Medio Ambiente de Lula, se convertirá en la verdadera sorpresa de la contienda, con el 20,31% de los votos.

En el Gobierno brasileño confiaban en revertir la situación, porque faltaba contabilizar los votos de las grandes ciudades brasileñas. La primera encuesta a pie de urna, difundida tras una larga espera, sí le daba a Dilma Rousseff un 51%.

Unos 135 millones de brasileños acudieron ayer a las urnas tras escuchar en los últimos días los pronósticos más encontrados de las consultoras. Un día, la victoria de Dilma era inapelable. Al otro, sin embargo, surgían dudas. En el siguiente se rectificaban las predicciones, para luego augurar un horizonte confuso.

LULA, OMNIPRESENTE Al ir a votar por la mañana muy temprano, Lula restaba dramatismo a la posibilidad de una segunda vuelta: "Apenas tardaremos 30 días más en ganar. Serán 30 días más de lucha", señaló. Recordó en ese sentido su propia historia: nunca había ganado en primera vuelta ni llegado a una eventual segunda en la "situación privilegiada" de Rousseff.

En las seis elecciones presidenciales celebradas desde que Brasil recuperó completamente sus instituciones democráticas, en 1989, Lula intervino como candidato en cinco. Y aunque su nombre no apareció ayer en la urna electrónica (lo que él mismo recordó con ironía), ha tenido un protagonismo casi asfixiante en la campaña.

En estos ocho años, Lula fue el rostro barbudo de un proyecto que aspira a tener una larga continuidad reformista. En cierto sentido, casi todos ganaron con el Gobierno del PT: los banqueros, los exportadores, la clase media y las franjas sociales constantemente olvidadas.

Entre los 29 millones de personas rescatadas de la pobreza y los 11 millones de familias que reciben ayuda estatal se encuentra el principal sostén emocional y político de un presidente que promete relegarse a un segundo plano de la política en enero del 2011, un compromiso que muy pocos parecen tomar en serio.

En el Brasil profundo, el exdirigente del sindicato metalúrgico que saltó a la fama con la huelga de 1980 contra la dictadura se ha convertido en algo más que un mito. "Un padre, un líder, el mayor estadista del mundo, un amigo, un fenómeno, un enviado de Dios, un ángel, el padre de los pobres, el padre celestial". Así, señaló el semanario Epoca , es visto el presidente en el noreste, donde su índice de aprobación roza el 90%.

PEREGRINACION La devoción por el todavía presidente es tal que en la región rural de Caetés se ha levantado una casa de adobe precaria convertida en lugar de peregrinación: es una réplica de la morada de Lula hasta los siete años, cuando él y sus hermanos fueron con su madre a Sao Paulo. Lula, señaló el historiador José Murilo de Carvalho, es "paternalismo y maternalismo explícito".

Pero el presidente sabe que la invocación de su nombre carece de propiedades mágicas. "De lo contrario, ella tendría el 80% de los votos", conjeturó el expresidente Fernando Henrique Cardoso sobre la transferencia del carisma a Rousseff.

La élite brasileña está convencida de que el modelo no corre peligro, más allá de la figura que ocupe el Palacio Planalto. Las diferencias serían de estilo o pequeños matices.

Entre otras cosas, porque Brasil ha atado su destino a la suerte de China, voraz consumidora de productos agrícolas, minerales e industriales, hasta el punto de que se ha convertido en el principal destino de las exportaciones de este país.

GRAVES DESIGUALDADES Las fuerzas políticas que gobiernen Brasil a partir del 2011 saben también cuál es el tamaño de los desafíos que les esperan. "El hecho de que Brasil esté entre los 10 países más desiguales del mundo muestra que la agenda de la reducción de la pobreza está lejos de ser una obra completa", señala el economista Marcelo Néri, de la Fundación Getulio Vargas.