Con la cara abrasada, cubierta por una máscara blanca improvisada, Davinia Douglass se convirtió en junio del 2005 en el símbolo de las víctimas de los atentados de Londres. En el quinto aniversario de aquel ataque que acabó con 52 vidas inocentes, ese mismo rostro, radiante y recuperado de las gravísimas quemaduras, fue ayer la imagen de la superación y la vida. Como los más de 700 heridos por las cuatro bombas colocadas en el metro y en un autobús de la capital por terroristas suicidas, Davinia, contable de 29 años, ha sufrido un largo calvario hasta recobrar la sonrisa.

No todos lo han conseguido. "Nunca lo superas. No hay un solo día en que no piense en ello", dice John Taylor, el padre de la joven Carrie Taylor, que a los 24 años murió en la explosión de la estación de metro de Aldgate.

Familiares y supervivientes se habían citado a mediodía en cada uno de los cuatro puntos donde estallaron los artefactos y también en Hyde Park, junto al monumento en recuerdo de las víctimas. El primer ministro, David Cameron, envió una corona de flores, al igual que el alcalde, Boris Johnson, pero ninguno de los dos acudió ni hubo conmemoraciones oficiales, lo que causó cierto malestar. "Es muy difícil para mí aceptar que ningún miembro del Gobierno se haya acercado. Estoy realmente molesto", declaró George Psaradakis, el conductor del autobús de la línea 30, que salvó milagrosamente la vida cuando el vehículo quedó destrozado.

Muchos de los que perdieron a uno de sus seres queridos siguen esperando respuesta a ciertas preguntas sobre lo ocurrido aquel 7-J. ¿Se pudo prevenir el ataque? ¿Actuaron los servicios de emergencia con el orden y la celeridad necesarios?

En octubre empezará por fin la investigación encabezada por un juez forense para estudiar posibles fallos de los servicios secretos británicos del MI5 y la policía. Dos de los terroristas, Mahammad Sidique Khan y Shehzad Tanweer, estaban en el punto de mira del MI5, después de que contactaran con personajes sospechosos de actividades terroristas. Los agentes consideraron, sin embargo, que no eran extremistas peligrosos. Aún hoy, uno de los responsables policiales aquel día, Brian Paddick, insiste en que es imposible controlar a cada uno de los tipos dudosos que detectan las fuerzas antiterroristas. "Los servicios de seguridad hallan a demasiada gente sospechosa, que puede optar por tomar el camino del terrorismo. Lo que necesitan es la ayuda de la comunidad", afirma.

Pero la comunidad musulmana se siente perseguida, estigmatizada. Programas como Prevent (Prevención), para evitar que los jóvenes musulmanes caigan en redes extremistas, se han convertido en un arma para obtener y archivar datos de personas inocentes. "Es el mayor programa de espionaje del Reino Unido", ha señalado el grupo Liberty, que vela por los derechos ciudadanos. El hecho de que los terroristas fueran fanáticos musulmanes nacidos y educados en Gran Bretaña abrió una fractura en la sociedad cuyas secuelas tardarán en borrarse.