Es otro día frío, gris y nublado en el este de Berlín. Justo en la orilla occidental del río Spree, en la azotea de un soviético edificio de oficinas, se levanta un pequeño estudio con las paredes de cristal. Desde su despacho, el periodista y escritor Norman Ohler (Zweibrücken, 1970) observa un Berlín en blanco y negro que hace pensar en tiempos oscuros.

En ‘El Gran Delirio’ ('Der totale Rauch'), su última novela, Ohler rebusca en los archivos más polvorientos y destapa la adicción del nazismo a las drogas y el Tercer Reich como un imperio tóxico. Tras ser un éxito de ventas masivo en Alemania y haberse traducido a 18 idiomas, ahora ‘El Gran Delirio’ llega a España. EL PERIÓDICO ha podido charlar con su autor.

Esa es su primera obra de no-ficción. ¿Cómo se interesó por la vinculación entre los nazis y la droga?

Yo también desconocía ese mundo, pero un amigo mío que es experto en historia alemana y en el papel de las drogas me comentó esa vinculación y me pareció muy interesante. Él me habló de la popularidad que tuvo el Pervitin (metanfetamina, el cristal alemán) así que empecé a buscar información. Contacté con un experto en este tema del Ejército alemán y fue tan interesante que me dio la dirección de los archivos militares en Freiburg para que pudiese investigar más el uso de la metanfetamina en el Ejército.

Visité los archivos nacionales para investigar si el vínculo entre las drogas y Adolf Hitler era algo más que una leyenda urbana. Así fue como descubrí al doctor Theodor Morell, el físico y médico privado del Führer. Su figura me ayudó a entender la adicción del dictador y el uso y abuso de las drogas en la Alemania nazi.

Cuando los nazis llegaron al poder en 1933 prohibieron las drogas y criminalizaron a los consumidores. Incluso las relacionaron con los judíos. ¿Cómo se puede entender que más tarde se sirviesen de ellas?

Sí, ciertamente es una contradicción lo que trato de exponer. Los nazis eran unos hipócritas. Trataron de mostrar al mundo que eran puros y limpios mientras que en realidad se servían de las drogas. Al principio la metanfetamina no era vista como una droga, sino como una medicina parecida a la aspirina, no necesitabas ni una receta médica. Fue catalogada como droga en 1941, cuando ya había millones de alemanes consumiéndola.

En ‘El Gran Delirio’ describe el Pervitin, la metanfetamina alemana, como un nacionalsocialismo en forma de pastilla. ¿Por qué la sociedad cayó en ese consumo en su vida diaria?

La gente recurrió a las metanfetaminas porque la Alemania bajo el poder nazi se convirtió en un sistema en el que todo el mundo tenía que aparentar la perfección, tener un trabajo, ser productivo... y las metanfetaminas son la droga perfecta para eso.

Pero no solo en Alemania. En la década de los 50 Estados Unidos, por ejemplo, se convirtió en la “democracia de la anfetamina”, mucha gente la consumía, los estudiantes, los conductores de camiones que trabajaban largas jornadas... La generación literaria 'beat' (Jack Kerouac, William Burroughs, Allen Ginsberg...) es una prueba de ello. La anfetamina es la droga del nuevo mundo y los nazis fueron los pioneros en llevarla a la sociedad.

Además del consumo social, los nazis también la utilizaron para la guerra, para evitar que sus soldados tuvieran sueño y miedo y pudiesen combatir casi como máquinas. Cuenta que las metanfetaminas fueron esenciales para entender la invasión de la Wehrmacht (el Ejército nazi) a Francia en 1940. ¿Fue entonces cuando descubrieron su potencial como arma?

Realmente se dieron cuenta del potencial militar de la droga un poco antes, en Polonia. Los médicos de esa campaña describieron lo bien que funcionaba el Pervitin y por eso lo recomendaron para la incursión en Francia, que fue un éxito rotundo.

En la campaña para adentrarse en Francia a través de las Ardenas se utilizaron 35 millones de tabletas de esta droga. Fue especialmente útil para los conductores de tanques y para las tropas del frente, que tenían que hacer todo el recorrido de noche, subiendo las montañas y liderando la primera línea de combate. Incluso grandes mariscales como Rommel iban colocados. Con la droga en sus cuerpos, los soldados de la Wehrmacht no necesitaban dormir ni descansar. El poder del Pervitin, unido a la gran capacidad táctica e inteligencia militar de los nazis, fue esencial para la conquista de Francia. La droga fue perfecta para la campaña occidental.

Hitler también terminó consumiendo drogas. ¿No es otra contradicción, cuando siempre quiso presentarse en sociedad como una especie de superhombre puro sin adicciones?

Absolutamente. Al final de la guerra, Hitler terminó convirtiéndose en un adicto total, en un yonqui. Antes no, se le consideraba una persona muy saludable que no comía carne, ni fumaba, ni bebía alcohol. Pero eso era una parte muy importante de la propaganda nazi, mostrar al Führer como a un superhombre.

Su adicción empezó precisamente por querer estar siempre en un perfecto estado de salud...

Hitler conoció al doctor Morell en Berlín y rápidamente se convirtió en su médico personal. Entre 1936 y 1941 consumió vitaminas que ayudaron a mejorar su salud pero tras la campaña rusa el dictador enfermó y quiso recuperarse tan rápidamente que Morell tuvo que inventarse una especie de cura. Llegó un punto en que el doctor tuvo el monopolio de todos los mataderos cárnicos de Ucrania. Eso le dio acceso a los hígados y corazones de los animales para poder desarrollar sus propias hormonas animales y esteroides, que Hitler consumió.

A Hitler nunca le gustaron las pastillas porque sus problemas digestivos no le permitían ese consumo, así que rápidamente pasó a las agujas.

En sus últimos años, Hitler se hizo más dependiente de las drogas duras. ¿A qué se debió ese giro?

Su dependencia de la droga se acentúa después del complot en el que el general Claus Schenk von Stauffenberg le intentó asesinar, en la conocida Operación Valkiria. El atentado no pudo acabar con él, pero dañó severamente su oído y le dejó lleno de astillas por todo el cuerpo. Pero aún así Hitler quería seguir demostrando que era capaz de liderar Alemania y necesitaba reforzarse internamente tras la conspiración. Eso le hizo más dependiente de los opiáceos y además también ingirió cocaína, al menos unas 50 veces entre julio y octubre de 1944.

Tras el ataque se recluyó en su búnker y se volvió más paranoico. Artificialmente quería parecer alegre y poder entablar conversación con sus generales, pero en las imágenes se ve a un Hitler muy desmejorado. La droga ayudó a ello.

‘El Gran Delirio’ también describe cómo en los últimos días del Reich se experimentó con nuevas drogas para tratar de vencer la guerra...

En los momentos de desesperación, los nazis empezaron a buscar lo que yo he llamado la droga maravillosa ('wonder drug'). Una de las ideas que surgieron cuando todo empezaba a derrumbarse fue enviar submarinos hacia el Támesis para torpedear la flota en Londres, pero para ello necesitaban que los hombres no durmieran durante cinco días. Eso les llevó a tratar de crear una droga más fuerte que el Pervitin y convertir al hombre en un depredador. Fue una locura que no funcionó.

En uno de los capítulos cuenta cómo el dictador Benito Mussolini también terminó siendo un adicto. ¿Se puede establecer así alguna relación entre drogas y tiranía?

Al final Mussolini se convirtió en un líder muy débil. Cuando los aliados ya estaban tomando Italia el Duce se recluyó en el norte, en lo que se llamó República de Saló, un estado títere de la Alemania nazi en la que él podía seguir gobernando. En ese momento tuvo que ir al doctor de la embajada alemana. Su doctor estaba en contacto con Morell en Berlín y era este quien le recomendaba qué medicamentos y drogas debía tomar. Al final también Mussolini se convirtió en un adicto a las drogas alemanas. No se trata de un fenómeno político, sino de una conexión farmacológica.

Saltando a la actualidad, ¿cree que hay una conexión entre el uso de las drogas durante el Tercer Reich y la normalización que existe actualmente en Berlín sobre estas substancias?

Sí, creo que se puede establecer una cierta conexión, aunque esta puede ser inconsciente. Berlín es una capital de la droga. La droga fue una parte importante para la economía alemana en los años 20 y tras la caída del muro estas substancias volvieron a primera línea como algo contracultural. Alemania tiene un vínculo claro con la droga.