Israel pierde en casa lo que gana en las Naciones Unidas. En contra de lo que es habitual en Oriente Próximo, Tel-Aviv se mostraba ayer satisfecho del borrador de resolución del Consejo de Seguridad de la ONU con el que se pretende poner fin a la guerra en el Líbano, pero tuvo que llorar el peor golpe recibido en su territorio desde el inicio del conflicto: 12 soldados reservistas murieron en Kfar Giladi, al norte del país, y al menos tres civiles, en Haifa en feroces ataques con katiuskas. Fue la respuesta de Hizbulá al acuerdo de EEUU y Francia en Nueva York, en el que ni siquiera Washington confía para poner fin a la guerra definitivamente.

Lo que los testigos en Kfar Giladi calificaron como "una enorme salva de cohetes" cayó justo encima de un grupo de soldados acantonados en la zona que no se pusieron a cubierto en los refugios a pesar del aullar de las sirenas. Fue la consecuencia más trágica de una jornada de renovados bombardeos de Hizbulá, a cuya capacidad para lanzar cohetes parece que no le afectan ni los 26 días de guerra ni la zona de seguridad en el sur del Líbano que paulatinamente el Ejército israelí va aumentando. Y la prueba de ello es lo que sucedió por la noche: cinco katiuskas impactaron en una zona residencial de la ciudad de Haifa, matando a un mínimo de tres personas e hiriendo a otras 65.

ATAQUE CONTRA BEIRUT Si el parte de guerra dejó 15 muertos y decenas de heridos entre los israelís, en el Líbano el balance de los bombardeos aéreos y los enfrentamientos por tierra ascendió a 18 --16 civiles y 2 milicianos de Hizbulá--, y decenas de heridos. Entre estos hay tres cascos azules chinos de la Fuerza Interina de la ONU en el Líbano, heridos esta vez por Hizbulá.

Además, las fuerzas aéreas israelís bombardearon de nuevo Beirut mientras las tropas terrestres continuaban luchando en varios frentes que superan la franja de seguridad que abandonaron en el 2000 y se acercan paulatinamente a Tiro. Necesitado de resultados concretos en el campo de batalla, el Ejército anunció que tiene en su poder a un guerrillero chií que participó en la captura de los dos soldados que dio inicio a la guerra.

EL TEMOR Una guerra que difícilmente terminará hoy o mañana, que es cuando a la secretaria de Estado de EEUU, Condoleezza Rice, le gustaría que el Consejo de Seguridad de la ONU vote la resolución, cuyo borrador cerraron el sábado Washington y París. Y es que ni la propia Rice cree que las hostilidades llegarán a su fin de mano de la resolución. "Nos enfrentamos a un problema que no se va a solucionar por una resolución del Consejo de Seguridad", dijo Rice, que expresó al menos su confianza en que "pronto se acabe la violencia a gran escala".

De la misma opinión es Israel, cuyo ministro de Justicia, Haim Ramon, afirmó que es "dudoso que Hizbulá cumpla la resolución y deje de atacar. Por lo tanto, continuaremos luchando, y cuanto más dure nuestro combate, la posición israelí a nivel diplomático y militar mejorará", dijo Ramon.

El borrador que pactaron Francia y EEUU es visto como equilibrado. Tal vez sea porque recoge casi todas las exigencias de Israel: no pide un inmediato alto el fuego ni la inmediata retirada israelí del sur del Líbano, permite a Tel-Aviv responder en caso de ataque y exige el desarme de Hizbulá y la liberación incondicional de los soldados capturados. Por lógica, lo que tanto gusta en Tel-Aviv desagrada en la misma medida en Beirut y asquea a Hizbulá. El Gobierno libanés ya ha dejado claro su rechazo, y por la milicia chií hablaron sus katiuskas.