El exprimer ministro ucraniano Víktor Yanukovich, de 59 años, es un personaje singular. Ha ganado las dos últimas elecciones presidenciales, pero ha tenido que esperar cinco años para poder ser presidente. En el 2004, adelantó al actual presidente saliente y proeuropeo, Víktor Yuschenko, pero aquel resultado fue anulado por presunto fraude electoral tras una ola de protestas masivas en el país: la revolución naranja.

En la repetición de la votación triunfó Yuschenko. A pesar de aquella humillante derrota, Yanukovich no se fue con el rabo entre las piernas. Sorprendió a todos con su dimisión como primer ministro, en diciembre del 2004, pese a haber declarado que no abandonaría el cargo voluntariamente. Entonces prometió que se comportaría "como el legítimo vencedor de las presidenciales" anuladas por el Tribunal Supremo.

Para cumplir con su palabra no le faltó el apoyo de los electores. Su Partido de las Regiones fue la fuerza más votada en las elecciones a la Rada (Parlamento) del 2007, con un 34% de votos. Yanukovich logró salir del ostracismo al que le condenaron las masivas protestas del electorado proeuropeo y logró una revancha aprovechando las luchas internas en las filas naranjas.

No tiene ni una décima parte del carisma de su rival, Yulia Timoshenko. Sus numerosas meteduras de pata en los discursos públicos se han convertido en parte del folklore ucraniano. En la última campaña, ni se atrevió a participar en debates televisados con Timoshenko. Pero a sus fieles ni siquiera les confundieron las dos penas de prisión, en 1967 y 1970, por asalto y agresión.

La clara vocación prorrusa de Yanukovich es lo que hace que tenga este apoyo garantizado. Natural de la zona minera de Donbás, donde residen la mayoría de rusoparlantes, cuenta con el respaldo de casi el 90% de los electores locales, así como de poderosos empresarios de esa zona, conocida como la Ucrania rusa.