Los desvelos por la paternidad se le presuponen lejanos a Justin, barbilampiño y con uniforme colegial. «Tengo miedo de que mis hijos no crezcan en un Hong Kong libre», afirma. Es uno de los miles de estudiantes que han boicoteado el inicio del curso escolar para gritarle sus inquietudes a su Gobierno y a Pekín. «Antes de que empezaran las protestas me juntaba con los amigos los fines de semana para ir de compras o al cine, ahora voy a las manifestaciones».

Los estudiantes de secundaria se congregaron ayer en la Plaza de Edimburgo. La variedad cromática de sus uniformes colegiales de raíz británica eran un sano contraste con el negro innegociable de los universitarios que se desparramaban sobre los vecinos jardines del Parlamento. Todos configuran la primera generación con la mutación del gen pragmático hongkonés.

En el 2014, con un cuadro económico ya muy degradado, estalló el bing bang. Fue la Revuelta de los Paraguas: miles de jóvenes ocuparon las calles durante tres meses. Fracasaron en sus reclamaciones, pero sembraron la semilla política en la generación del futuro. «Fue un shock», recuerda Katy Liu, estudiante de Diseño. «Entonces paseaba por las tiendas de campaña con curiosidad pero no me quedaba. Ahora no me pierdo una manifestación», añade.

Persiste la brecha con una generación vacunada contra el idealismo y que ve las protestas como un atentado contra la economía. «Ellos ya tienen una casa y buen trabajo, por eso apoyan al Gobierno y dicen que EEUU nos ha lavado el cerebro», dice.

Desde el interior se ha acusado al sistema educativo liberal hongkonés de incubar las convulsiones sociales. En Secundaria se enseña pensamiento humanista, se estimula el debate y el razonamiento crítico. Es un sistema opuesto al baño patriótico del continente que Pekín quiso replicar en la excolonia en el 2012. Sin embargo, las protestas sociales devolvieron la reforma educativa al cajón.

Es evidente el contraste entre los locales y los llegados del interior, focalizados en el esfuerzo académico. «Hay un 20% de estudiantes en mi clase del continente y están aislados. Sencillamente, somos demasiado diferentes. No tengo ni un solo amigo chino», afirma Emma Tung, estudiante de Sociología de 19 años.

Con todas sus contradicciones, certezas y miedos, esta es la generación con la que tendrá que lidiar Pekín en el futuro. En los jóvenes ha anidado la conciencia política y la desconfianza hacia Pekín.