Antes de que Raqqa fuera capturada en el 2014 por el Estado Islámico (EI), la plaza de la Torre del Reloj era el centro neurálgico de la ciudad: el punto de referencia de sus habitantes. Pero, entonces, Abú Bakr al Bagdadi —el líder del EI, del que se desconoce si está vivo o muerto— proclamó el califato, y Raqqa, como otras muchas localidades sirias e iraquís, cayó en sus manos. Aunque las ciudades bajo su dominio se contaban por decenas, el Estado Islámico reservó un papel principal a esta ciudad que antes de la guerra tenía 220.000 habitantes. Pasó a ser su capital de facto -donde residía la plana mayor del EI- y la plaza de la Torre del Reloj fue escogida como el escenario para el patíbulo.

«Allí había unas trece ejecuciones al mes. Normalmente se ponían las máscaras e iban por las calles ordenando, con megáfonos, que la gente fuese inmediatamente a la plaza para verlas», relata a The Guardian un exfarmacéutico que consiguió huir de Raqqa hace seis meses. «A los que acusaban de espías, blasfemos o asesinos les cortaban el cuello por delante. Los «magos» eran decapitados por la espalda, y a las mujeres las mataban disparándolas con pistolas», relata el hombre, que ahora lucha contra los yihadistas con las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS).

COALICIÓN SIRIA / Son ellas, las FDS, las que están liderando la lucha por Raqqa. Según aseguran sus portavoces, esta coalición siria de opositores kurdos y árabes —que está respaldada por la coalición internacional y Estados Unidos— controla casi la totalidad de la ciudad. Sólo quedan en Raqqa unos 300 militantes del Estado Islámico, atrincherados en la zona que rodea la plaza que les sirvió de patíbulo durante tres años.

La batalla por la ciudad, que dura ya cinco meses, está siendo complicada. Los yihadistas, que conocen las calles que defienden, apostan francotiradores en los edificios altos, tienden emboscadas a través de túneles y usan a la población civil que no ha podido huir como escudo humano.

También se lanzan contra puestos de soldados enemigos con co-