El frío vestíbulo del Auditorium acogió una de las noches más duras para 40 familiares de las víctimas del atentado de Yemen, a la espera de la llegada de los cadáveres y los heridos. Los afectados fueron llegando en medio del dolor y la desolación y con el rostro teñido de angustia, sin palabras para expresar sus sentimientos. La peregrinación se inició a las 8 de la tarde del martes, bajo la coordinación del director general de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo, José Manuel Rodríguez Uribes.

Visiblemente afectados y muchos de ellos entre sollozos, fueron atendidos por sanitarios de la Cruz Roja. Se registraron casos de bajada de tensión, lipotimias y, fundamentalmente, crisis de ansiedad, según un coordinador de la organización.

"Crees que nunca puede pasarte a ti o a los tuyos pero...", reflexionó Alex, cuñado de un fallecido catalán, al llegar sobre las 10 de la noche, acompañado de su mujer y de dos hijos menores, de 10 y 12 años. "No querían quedarse con nadie. Es muy difícil explicarles la tragedia de su tío, pero ya empiezan a comprenderlo", dijo.

Desde la Sala Madrid, un equipo de 15 psicólogos y psiquiatras condujo a las personas que lo requerían a otras estancias más pequeñas para charlar con ellas y ofrecerles consuelo de una manera individualizada. La mayoría paseaba en silencio. Otros permanecían sentados, con la mirada perdida o las manos sobre el rostro. "Tratamos de darles apoyo psicológico. Están atenazados por el dolor, la incertidumbre y el deseo de que los amargos trámites acaben cuanto antes", explicó José María, psicóloga de Cruz Roja.

Sin probar bocado

A medianoche, los familiares se fueron recogiendo a sus habitaciones. Los más rezagados, Carlos y su mujer, Iratxe, parientes del guipuzcoano Mikel Essery, fallecido en la tragedia, no entendían cómo el avión de Yemen no llegaba hasta las 7 de la mañana. "¿Cómo tardan tanto? ¡Ni que vinieran de Australia!", protestaba Carlos.

"Apenas han probado bocado, alguna tortilla, ensalada y mucha agua", comentó Alfredo Moreno, camarero del hotel que, por su cercanía con el aeropuerto de Barajas y su amplitud de espacios (869 habitaciones), también acogió a familiares de víctimas del atentado de la T-4.

Los familiares apenas pudieron pegar ojo, a pesar de que se les suministraron somníferos, según los psicólogos de Cruz Roja, que les distribuyeron al alba café, pastas y agua. "Mi madre era consciente del peligro, pero llevaba 15 años viajando a sitios exóticos y este año no iba a dejar de hacerlo. Algo tan terrible también te puede pasar en Londres o en un tren de cercanías de Madrid", subrayó Daniel Asensio, hijo de Julia Vilaró, que tiene una pierna fracturada y múltiples cortes.

La madre y la hermana de Estíbaliz Díez del Río, también herida, ofrecían un perfil muy similar de su pariente como viajera empedernida: "Siempre le ha gustado viajar y viajar. Es imparable", dijo su madre.