La política no sabe de sentimentalismos ni de nostalgias. Mientras Ariel Sharon se debate entre la vida y la muerte, mientras todo Israel sigue con ansiedad por televisión los partes médicos que surgen del Hospital Hadassa, los políticos de todo el espectro ideológico, los comentaristas, la prensa y la misma población hacen cábalas sobre el futuro del país, huérfano del viejo Arik --diminutivo con el que era conocido Sharon-- apenas unas semanas después de que el moribundo primer ministro dinamitara la escena política al escindir el Likud y crear el partido Kadima.

Porque en esta incertidumbre en la que Israel está inmersa hay algo en lo que coincide todo el mundo: incluso si Sharon gana esta batalla contra sí mismo sin secuelas, no podrá volver a presentarse a primer ministro en las elecciones del próximo 28 de marzo.

Esto ocurre cuando Israel afronta uno de los comicios más apasionantes y trascendentales de su historia, rota la dicotomía habitual entre izquierda y derecha y con las encuestas dando como ganador a Kadima, un partido que no tiene estatutos ni instituciones, que fue registrado oficialmente el mismo día en que Sharon sufría la hemorragia cerebral y cuya única razón de ser era que el primer ministro hiciera historia logrando su tercer mandato.

El mensaje

"Sharon es el líder y el mensaje de Kadima", escribía ayer el comentarista Yair Lapid en el diario Yedioth Ahronoth. Sin él, renacen las expectativas del Likud de Binyamin Netanyahu y se afianzan la esperanzas del nuevo laborismo liderado por Amir Peretz. Sin él, la pregunta es si Kadima tenía razón de ser política o era el vehículo más cómodo de Sharon para ganar las elecciones.

Ehud Olmert, Tzipi Livni, Shaul Mofaz, Shimon Peres, Haim Ramon, Avi Dichter... Ministros, tránsfugas laboristas y del Likud, exdirigentes de los servicios de seguridad, catedráticos... El destino político de quienes se unieron a la aventura de Kadima está en el alero. En sus últimos días de actividad política, Sharon no había sido capaz de decidir la lista electoral. Olmert, el actual primer ministro en funciones, aparece como una opción clara de liderazgo, pero ya ha habido quien ha propuesto a los ministros Livni y Mofaz y, cómo no, al eterno Peres, a quien ya se le abren puertas para regresar al Partido Laborista, dado que siempre afirmó que su apuesta era por Sharon, no por Kadima.

Olmert es uno de los políticos más odiados de Israel, lo que lo descalifica como heredero del primer ministro. Pero también lo es Netanyahu. Y Peretz es un desconocido. Al lado de Sharon, cualquier político israelí es odiado, ninguneado o es una mala sorpresa por descubrir. Nadie da la talla de Arik.

Votación en el aire

Con Sharon, las elecciones de marzo estaban claras: el electorado daba la espalda a la intransigencia del Likud y a los herederos de Oslo para echarse en brazos del general que sabe qué "concesiones dolorosas" puede permitirse el país para lograr la paz con los palestinos. Sin él, la votación es impredecible, y puede cambiar dependiendo de cuántos cohetes Qasam caigan y de la mano dura que Olmert, en caso de que lidere Kadima, demuestre, o del número de militares de los que se rodee Peretz. Ariel Sharon, en definitiva, sólo hay uno.