Los afectados por las inundaciones en Filipinas escalaban ayer colinas y montañas para llegar a terreno seguro antes de que el tifón Nanmadol afecte al archipiélago. El huracán, con vientos de 185 kilómetros por hora, ha ganado fuerza y se espera que toque tierra en las próximas horas, muy cerca de las regiones devastadas por las avalanchas del lunes, que han causado 600 muertos.

Impotencia del Gobierno

Debido al mal tiempo y a las carreteras cortadas, las autoridades de Filipinas admitieron que poco pueden hacer para proteger a miles de personas sin hogar, a las que apenas les quedan agua y alimentos.

"No hay agua potable en esas áreas y mucho nos tememos que habrá una epidemia", admitió el coronel Elma Aldea, del Consejo Nacional para la Coordinación en las catástrofes. Las líneas aéreas cancelaron varios vuelos nacionales e internacionales, mientras que escuelas, oficinas gubernamentales y hasta el mercado de divisas de Manila adelantaron su cierre.

En la localidad de Real, donde más de un centenar de personas murieron el pasado lunes, los habitantes caminaban en medio del lodo en un intento de alcanzar las montañas lo antes posible. Todas las casas de Real fueron destruidas por torrentes de barro, después de que las lluvias reblandecieran el suelo donde se habían levantado construcciones ilegales.

Sin alimentos

"Tenemos miedo; por eso nos dirigimos hacia tierras altas", dijo Lolita Serrano, de 53 años, en la costa de Quezón, al este de Manila. "No hemos comido en dos días y no nos ha llegado ayuda", recalcó.

Siete helicópteros militares fueron enviados a las zonas más aisladas en la costa este del país, pero "las nubes bajas lo dificultan", dijo el teniente coronel Restituto Padilla. Los pilotos han podido ver a docenas de cuerpos flotando.