Si lo vivido las dos últimas semanas en Estados Unidos hubiera sucedido hace una generación, o solo un lustro, el impacto político habría sido enorme: cinco días de vistas públicas en la investigación de un proceso de impeachment a un presidente retransmitidas en directo; más de 30 horas de declaraciones de 12 testigos que tejen un contundente relato de cómo ese presidente presionó a un país extranjero para que acometiera investigaciones que iban en su interés político personal. Esta, no obstante, es la era de Donald Trump. Con él todo es diferente.

Las encuestas muestran que, pese a vistas que han tenido una media de audiencia de 12 millones de espectadores, no han cambiado las opiniones sobre la idoneidad de abrir un juicio político a Trump, con la media que mantiene Fivethirtyeight.com en un 46,3% a favor y un 45,6% en contra, similar a hace tres semanas. La popularidad del presidente no solo no ha caído sino que se ha recuperado un poco y según Gallup se encuentra alrededor del 43% (por encima del 90% entre su base). Y lo que es más definitivo aún: el muro que los congresistas republicanos han alzado para protegerle se mantiene inamovible e, incluso, reforzado.

«Vivimos en un periodo aterrador de nuestra historia en lo que respecta a la relación de los ciudadanos con cualquier tipo de retórica racional y verdad», advierte en entrevista telefónica. «La democracia depende en cierto grado de la racionalidad y si eso se deja de aplicar es muy mal augurio», explica el profesor de medios de la Universidad de Syracuse Robert Thompson.

A lo que Thompson se refiere, como infinidad de otros analistas y observadores en EEUU, es a que estas dos semanas han servido para ratificar cambios fundamentales en el paradigma político en EEUU, donde se han impuesto una polarización extrema y una nueva forma de narración donde el relato parece contar tanto como la realidad. O más.

Los demócratas han logrado que públicamente y bajo juramento los testigos detallaran en la Cámara baja lo que ya habían revelado a puerta cerrada: cómo funcionó la campaña de presión a Ucrania, ejecutada siguiendo «órdenes de Trump». Pero por el bloqueo de la Casa Blanca y la Administración no han contado con documentos importantes ni testigos clave. Y lo que deberían haber sido «bombas» han quedado parcialmente desactivadas por la estrategia republicana, que ha incluido viciosos ataques a los testigos y un persistente asalto a la verdad y los hechos desde la maquinaria mediática conservadora, liderada por FoxNews.