“Cuando oigo el ruido de una bomba o de un avión, me da mucho miedo y corro a escapar y a esconderme debajo de mi cama”. Este es el día a día de Ahmed, un niño que vive en la ciudad siria de Douma,asediada desde hace casi cuatro años, y el de cerca de un cuarto de millón de niños y niñas sirios que, según el último informe de Save The Children, viven bajo un brutal asedio en ciudades que más bien parecen cárceles al aire libre.

Después de cinco años de conflicto, la vida en las comunidades aisladas, algunas de ellas llamadas ‘campos de la muerte’, no puede ni siquiera considerarse vida. “Los niños viven al borde de la muerte. Se ven forzados a comer hojas, está prohibido entrar incluso harina y leche”, asegura Ra’ed, un trabajador comunitario en la zona asediada de Moadamiyeh. “A los heridos se les deja morir porque no hay medicamentos para salvar sus vidas”, explica Haya, una madre de Ghouta oriental, otra de las ciudades que vive bajo bloqueo desde noviembre de 2012.

CIRCUNSTANCIAS EVITABLES

La situación es alarmante. Desde que empezara el aislamiento cerca de cinco años atrás miles de niños han perdido la vida en circunstancias totalmente evitables. Los medicamentos que se necesitan para sobrevivir en las ciudades se encuentran a muy pocos kilómetros en los puntos de control que el gobierno sirio instaló en las ciudades y que confiscan víveres y medicamentos, a menudo convirtiendo el limitado acceso en un lucrativo negocio de mercado negro.

Menos del 1% de las personas residentes en zonas cercadas recibió ayuda alimentaria, según datos de la ONU, y solo alrededor del 3% obtuvo asistencia médica a lo largo de 2015. “El miedo ha tomado el control. Los niños esperan su turno para ser asesinados. Incluso los adultos viven esperando que les toque morir. ¿Cuándo me tocará a mi?”, resume Rihab, una madre de Ghouta oriental.

INANICIÓN PROVOCADA

“Muchos niños nunca han visto una manzana o una pera. Nunca han probado el pollo, y no han comido verdura desde hace meses. Deambulan aturdidos por el hambre”, explica un trabajador humanitario sirio. “A veces mis hermanos y hermanas y yo nos vamos a la cama sin haber comido nada desde el día anterior, porque no hay comida”, explica Sami, un niño de Ghouta oriental.

Muchos niños, bien sea debido a la muerte de sus padres o a la pobreza, se han visto obligados a dejar la educación y a asumir responsabilidades adultas como buscar sustento y trabajar. “El desempleo y la falta de oportunidades en el futuro es la causa de que muchos de estos jóvenes se unan a los grupos terroristas para obtener dinero y ayudar a sus familias”, explica un representante de un ayuntamiento del norte de Homs.

YA NO HAY NIÑOS

“Todos los días son parecidos; lo único nuevo es la hora en que caerán las bombas. Me paso el tiempo escondido en casa, con miedo a que me alcancen. Nos hemos adaptado y acostumbrado a vivir bajo asedio, pero las bombas nos asustan muchísimo y no te puedes acostumbrar a ellas”, explica Anas, un niño de Ghouta oriental que como tantos otros tiene profundas heridas psicológicas.

"Ya no hay niños, son adultos pequeños”, explica Rihab acerca del cambio de comportamiento que ha afectado a los más de 5,6 millones de niños que permanecen aún en Siria. “La situación ha hecho más violento el comportamiento de los niños. Incluso cuando juegan, juegan a la guerra. La situación ha afectado a su estado mental”, añade Farah, otra madre de la misma zona.