Lucía Pérez. Su nombre desgarra. Y esa sonrisa que ya no está: queda la imagen de una mirada lúdica y desafiante. Tenía 16 años y cursaba el quinto año de una escuela secundaria en Mar del Plata, el principal balneario de Argentina, unos 400 kilómetros al sur de la capital. Era parte de una familia humilde y trabajadora. Tenía dos grandes pasiones, la música y los animales.

Su vida se truncó salvajemente: fue drogada, violada y empalada hasta la muerte. Y el dolor quedó entre los vivos. La ola de indignación atraviesa el país. Hay dos detenidos y muchas preguntas por este crimen. “Era tranquila, no salía mucho de casa, hasta ese maldito sábado, 8 de octubre. Pasaron a buscarla cuando papá ya se había ido a trabajar. Y a las tres de la tarde, cuando mamá llegó, encontró el Facebook abierto en su ordenador. Lucía creía que iba a volver inmediatamente a casa”, contó su hermano Matías.

LA RABIA

Pero Lucía cayó en una trampa. ¿Consumía marihuana, como muchos adolescentes argentinos, y cerca del colegio se la ofrecieron? “La llevaron engañada”, dijo Matías. Lo que sucedió después entra en el orden de lo más macabro. “¿Hasta dónde puede llegar una persona para hacer una cosa así? No hay límite”, dijo su madre, Marta Montero. “Mi hija no era adicta, ellos la hicieron consumir, tenía la nariz quemada”, aseguró. No obstante, pidió a las autoridades que “cuiden a los chicos en las escuelas y miren la venta de droga. Si a ellos les queman la cabeza, ¿qué nos queda para el futuro?”.

Hay mucha rabia en Mar del Plata. Su alcalde, Carlos Arroyo, conocido por repetidos deslices xenófobos, sigue convencido de que estas cosas no habrían sucedido durante la dictadura militar (1976-1983), que observa con cierta melancolía: “Queremos lograr que el vecino de Mar del Plata vuelva a ser el vecino feliz de hace 40 años que podía caminar por la calle con tranquilidad e ir a cualquier lado”.