El padre de Pete Buttigieg no vivió para ver cómo su único hijo se convertía en la revelación de este inicio de las primarias demócratas, pero sí lo suficiente para saber que soñaba con la Casa Blanca. Cuatro días antes de su muerte, el joven alcalde de South Bend anunció un comité para explorar su candidatura. «Le dije que esperaba hacer que se sintiera orgulloso», contó en una entrevista. «Por entonces ya estaba conectado a un respirador, pero logró decir unas palabras: Lo harás».

Joseph Buttigieg había sido hasta entonces bastante más conocido que su hijo, al menos en ciertos círculos intelectuales. Académico y crítico literario de origen maltés, fue una autoridad en el pensamiento del filósofo marxista Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista italiano.

Así, el candidato que abandera hoy la rama más pragmática del partido se crió entre conversaciones de sobremesa sobre Gramsci o Eric Hobsbawm, el gran historiador marxista. No está claro el poso que acabaron dejando.

Hoy, Buttigieg trata de erigirse en el antídoto a la polarización extrema que vive el país con unas propuestas moderadamente progresistas empaquetadas en un lenguaje conservador. Patriotismo, control del déficit, libertad, fe en Dios… A sus 38 años, tiene aún cara de adolescente, pero ha seducido al electorado más mayor, impresionado por su inteligencia, oratoria y formación. Se graduó en Harvard y estudió en Oxford becado. Habla siete idiomas y sirvió en Afganistán varios meses como analista de Inteligencia.

Tras su empate con Sanders en Iowa, Buttigieg está en boca de todos. Pero no todo el mundo está sorprendido. Hace ya cuatro años Obama lo señaló como un valor del futuro del partido.